AÑO 18

NUMERO 61629

Novela

Año: 1

Número: 6

¡TODO NUEVO!: La novela de los esperantos capítulo I - (Continuación)

(La leyenda continúa)
(Para ponerte al día buscá "novela" y listo. Ahí está todo desde el principio.)
Rafael Antonio Caponino abrió por fin los ojos y, acto seguido, levantó levemente la pestaña del ojo izquierdo para asegurarse de que aún revistaba en el mundo y en todo caso en la ciudad que bajo su batuta animaba sus afanes en el centro mismo de la pampa gringa. Hecha la confirmación correspondiente, hizo a continuación un recuento de objetos que se ofrecían anunciando su entrada en el portal de otro día aparentemente soleado y  a todas luces vertiginoso (o tranquilo), trágico (o feliz) y hasta misterioso (o rutinario) como eran  (sin duda) las jornadas en todos y cada uno de los confines del planeta tierra.  "El día es un visitante incansable -reflexionó el Capo de los surcos- que arremete cada doce horas con sus ropas colgadas al sol o expuestas a la garúa según se cuadre"  "El día llega con sus lecciones por siempre repetidas: esto es un ropero, esto es una lámpara..."  Pero no todo es fiaca en estas horas, el señor de los anillos del Salado recordó de pronto que él era el timonel de un barco con treinta y cinco mil marineros que lo esperaban para lanzarse a las turbulentas aguas de la mañana. Y evocando el blanquísimo edificio de la Municipalidad que contenía su "bunker" en el primer piso, guarida colmada con demandantes más llenos de problemas que de soluciones, hombres y mujeres tragando bronca en la amansadora de la sala de espera, debemos reconocer que el Rey del trigo se estremeció y tapándose hasta las orejas temblequeó presa del chucho de la chacra asfaltada. "No" -se dijo- y por un momento (es de machos aceptarlo), con todo respeto, el Zorro valesano, metiendo la cabeza bajo la almohada, analizó la turbia posibilidad de hacerse la rata como el más atorrante de los vagos del centro.  Pero su incorruptible (aunque lejano) espíritu suizo sumado a la mirada gélida del barbudo fundador de la ciudad lo estremeció. "Mala fariña", decía la nona, no es casualidad que el fundador de la ciudad de los esperantos lo perseguiera. Ya que es posible que lo hiciera desde su honorable tumba, implacable y cruel y desde que él, Caponino, el gaucho rubio, fuera ungido por sus vecinos mandamás absoluto y señor feudal de la comarca a la que llamaban Esperanza. Todos esos tortuosos pensamientos lo impulsaron a saltar como un gato fuera de la cálida protección de la cucha matrimonial. Aunque (nobleza obliga) el aroma del café negro que la rubia esposa del hombre acostado preparaba todos los días, haya oficiado también de potencial estímulo para el doble salto mortal del gran jefe esperanto en aquél despertar de setiembre. (continuará)
 
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