AÑO 18

NUMERO 61629

Actualidad

Año: 1

Número: 103

Medio ambiente, ampliación de empresas y Concejo. Otra vez sopa

Medio ambiente: otra vez sopa.
Si hay o no hay un gran motivo para no tratar el pedido de ampliación de plantas industriales en la ciudad ya es cosa que no interesa demasiado. Tampoco interesa si se va a conseguir un permiso o si por el contrario este se va a denegar desde el Concejo. Los empresarios que demostraron un notable interés cuando el dislate se planteó ahora parecen decididos ha dejar que las cosas caigan por su propio peso. Un bajón administrativo que entorpece el crecimiento y espanta la inversión.
Este asunto ha colmado la capacidad de asombro de propios y extraños. Pasa que ya nadie entiende las razones terminales o motivos (¿de vida o muerte?) que en verdad impiden, ya no el sí o el no a las ampliaciones, sino la postergación infinita del tratamiento del supuesto entuerto. Hemos visto como la pelota se ha enviado a la tribuna una y otra vez y padecido la interrupción del tema por cuarenta días de movida y por si esto fuera poco, el chicle se estiró luego por veinte días más, como si se tratara, tal cual, de la pena de muerte del señor medio ambiente o en todo caso del espiche de las aspiraciones políticas del señor pedepete o tal vez la extremaunción del señor justicialista.

Lo que preocupa en realidad, aparte de postergaciones, demoras y agachadas varias, es, ni más ni menos que la fiebre alta que acusa el ideotómetro ciudadano en lo que hace a dirigentes y otras yerbas que, según se sabe, representan y reflejan (se supone) nuestras más caras aspiraciones y deseos. ¿Es acaso nuestra intención entorpecer el crecimiento de las industrias? ¿Pretendemos evitar que se agranden porque en realidad estamos ya cansados de estar bien, de tener trabajo, de exportar y de recaudar impuestos a troche moche? ¿Estamos cansados de ser una ciudad que crece y queremos recular un poco? En fin, se podría seguir hasta el infinito con este interrogatorio y llenar un libro para la antología del absurdo, o tal vez, para agregar a la historia de la estupidez humana, del suicidio de las comarcas latinoamericanas y de los pueblos fantasmas. Pero es mejor detener la pavada calificándola como lo que es, y la prueba de tales originales locuras es que no hay (y seguramente no habrá) localidad alguna que se entretenga discutiendo, en un país en crisis, con índice de riesgo intergaláctico, si da curso o no a proyectos de inversión y crecimiento. Para colmo exponiendo como motivo terminal e indiscutible un asunto de medio ambiente en vías de solución con empresarios interesados y ocupados en solucionarlo concretamente (poniendo plata).

No somos una ciudad industrial enclavadad en la cuenca del Rin, somos apenas una pequeña y chata villa pampeana en medio de pulmones verdes que se extienden por los cuatro costados. Mirando desde arriba nuestras construcciones se pierden en un mar de pastizales, paraísos y montes que arremeten con sus verdes a diestra y siniestra. El humo de nuestras chimeneas nunca desparramó sus afanes haciendo de nuestro punto cardinal una imágen fantasmal como sucede en París, Milán o Glasgow. Somos una pequeña localidad en medio de trigales con dos o tres chimeneas y por más que nos empeñemos en usar literatura de otros mundos mucho más abigarrados y complejos no lograremos con eso equiparar los ruidos que llegan con los poderosos barcos atracando en el puerto de Amsterdam.

Nuestros concejales no parecen llevar el paso de la realidad. Nos tratan una y otra vez como lo que no somos y en consecuencia nos privan de ser lo que en realidad queremos ser. Hoy la gente quiere cosas simples como por ejemplo trabajar, hay todavía mucha gente desocupada y solo el crecimiento de las pocas industrias que levantan sus plantas en la ciudad puede corregir ese problema. Si el negocio de los políticos es el voto y por asuntos de partido creen que pueden hacer interpretaciones individuales enfrentados con los intereses concretos de la gente común, entonces la misma gente se ocupará de eliminarlos de sus bancas, lo único que habrá que lamentar, para bien o para mal, es la pérdida de tiempo.
 
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