Hay que avisar a los turistas que acá no se juntan los soretes de perro
La Secretaría de Turismo, si es que quiere hacer un trabajo en serio, no solo debería promocionar los supuestamente “bellos” lugares a visitar, también tendría que advertir sobre los peligros que acechan al visitante de la primera colonia.
El hecho de que no se junten los “soretes” de los perros que habitan la ciudad no es un tema menor. Más todavía sabiendo que, por parte baja, deben circular por las calles no menos de cinco o seis mil perros que –naturaleza obliga- depositan no menos de veinte mil “teresos” por día. Entonces la posibilidad de encontrarse con “uno” es alta. Piensen los funcionarios que si la situación resulta incómoda para los “hijos” de Esperanza, más aún lo será para los peregrinos que generalmente llegan con zapatos nuevos y lustrados.
Es común que los responsables de turismo sean personas sensibles, educadas y agradables, por lo que se supone deberían ser también permeables a tan delicada situación. Por acá tratamos a los perros como si fuesen seres humanos, hacemos más escándalo cuando alguien le propina una patada a un animalito que cuando agarran a trompadas a un cristiano, entonces, es justo que se trate a los hombres y mujeres de la zona en un pie de igualdad con los canes. Imaginen, los funcionarios, lo asqueroso que sería permitir a nuestros vecinos defecar en las veredas y jardines como si nada. Es necesario que la Intendenta y sus edecanes tomen cartas en el asunto. No puede ser que los ciudadanos tengan que caminar por la ciudad sin apartar la vista del suelo.
En otras ciudades del primer mundo es obligatorio que los dueños de los perros circulen con los elementos necesarios para limpiar los enchastres que provocan sus mascotas. En nuestra ciudad pasa lo contrario, a tal punto que, titulares y suplentes, cuidadores de perros y otros ejemplares humanos, sacan a defecar a los perros y hasta los instruyen para que lo hagan en jardines ajenos. En eso debemos reconocer que la memoria de los animales es notable, ya que se puede concurrir al mismo lugar una y otra vez, a la misma hora y horario, para admirar la regularidad con que estos bichos depositan sus desechos, ahí estarán en el mismo árbol, junto a la misma flor, en idénticos rincones con rutinaria insistencia.
Es casi un desafío a la imaginación calcular la cantidad de soretes de perro acumulados en la última década en la ciudad. Y lo que puede generar tal acumulación. Es posible que el número sea incalculable. Es posible también que la mayoría de esos incómodos desperdicios hayan sido disimulados por la naturaleza, absorbidos por la tierra, pero igual, no podemos hacer oídos sordos al problema, por higiene quizás, o como una atención al turista que, escaso por la falta de atractivos, nos visitará alguna vez. ¿Y por educación? ¿Podríamos acaso decir que somos educados y culturosos parados sobre una montaña de soretes? Ese es un tema para que piensen los ministros elegidos por el pueblo.