LA NOVELA MUNICIPAL NO SE RINDE
HOY: INFIERNO EN LA CAVA
“La señora alcaldesa de la primera colonia agrícola, acompañada por su delfín, el compañero Alzonzo Gómez, recorre, de incógnito, la infernal cava que martiriza con sus efluvios y su humareda infumable, a los vecinos del cotizado barrio “La Orilla”, el Bronk esperancino”.
¿Qué estamos haciendo acá Gómez, qué es todo este humo hediondo que se levanta del campo?
Este lugar es, ni más ni menos, que la gran cava municipal, señora.
¿Y para qué sirve este lugar infernal? –quiso saber la Intendenta mientras esquivaba una tapa de inodoro.
Acá se guarda la basura de los ciudadanos bajo su mando señora. –respondió Gómez internándose en el humo.
¿Y de quién es este lugar tenebroso? –preguntó la reina madre levantando las patas para no pisar un enorme ratón agonizante.
Este lugar –dijo Gómez escupiendo una mosca- pertenece a un comerciante que hizo un pozo para vender la tierra a una empresa que construyó una autopista
¿Y nosotros como nos metimos en este despelote?
Bueno, nosotros le alquilamos el pozo al comerciante.
La señora se sentó sobre una cubierta de camión y se cubrió el rostro con un pañuelo. “Lo único que nos faltaba –pensó- comprar un pozo”. La primera dama miró a su alrededor y solo vio una pared de humo blanco, por un instante sintió pánico de no poder salir de ese engendro, gracias a Dios, Gómez apareció de pronto como una figura fantasmal y se tranquilizó.
Gómez, esto es un infierno ¿me puede decir que hacemos en este lugar maldito a las cuatro de la mañana y en día feriado?
Entienda señora que no podíamos venir durante el día.
¿Por qué Gómez?
Muy sencillo señora, los vecinos están muy molestos con este asunto del humo y los aromas, piense usted que corríamos peligro de que nos agarren a patadas.
Un gato observaba desde una pila de botellas de plástico. El humo no aflojaba y la pareja de visitantes decidió tomarse el buque. En su huída la señora tropezó con un hueso enorme que pensó sería un fósil de gliptodonte.
Tranquila señora, es solo un fémur de vacuno. –dijo Gómez sacudiéndose un sorete de perro de la suela.
Ya fuera del pozo apocalíptico los dos funcionarios avanzaron como dos espíritus perdidos en medio de la noche. Un chofer oficial a bordo del camión regador los esperaba en el borde del basural. El hombre ayudó a la alcaldesa y a su secretario a trepar al vehículo y arrancó con las luces apagadas “para que no se aviven los vecinos”, dijo Gómez, la señora miró hacia atrás y todavía con el pañuelo en la nariz dijo con voz tenebrosa “parecen las almas de los muertos que pueblan los infinitos”.
Si y ustedes se trajeron el olor de la pata de Gardel –dijo el camionero y después agregó- abran las ventanillas o los dejo a pata, che.