“La primavera es un tema aparte –dijo el Colo-, es una época del año que mueve al amor y a otros delirios del ser humano”
Los escasos parroquianos que aquella mañana habitaban el boliche de la avenida Córdoba se inquietaron, y hasta levantaron la mirada frente al notable arranque de ese colorado de físico generoso que siempre los sorprendía con alguna perorata.
“Un amigo mío, “el mono”, encontró el amor una primavera cuando salió a sacar la basura “–dijo el Colo sobresaltando al auditorio. La esposa le había gritado como todas las noches “¡Andá atorrante a sacar la basura!” y el mono salió, con tal de no oírla gritar, en calzoncillos, camiseta y ojotas con medias. Total quién te va a mirar le había dicho ella.
“El mono agarró para el patio buscó las bolsas de basura y encaró la vereda, calle Sarmiento al norte, 11 de la noche y mire lo que son las cosas del destino, justo enfrente, en el mismo momento, sale ella. Ella, la vecina, Irene, en enagua.”
-¿Irene Nagua? –dijo el bolichero.
“¿Casualidad? –siguió el Colo sin darse por aludido- Es cierto, casualidad que pertenece a los misterios amatorios. Solo sucede cuando un hombre y una mujer deben encontrarse. La cosa es que el Mono que ya giraba para volver al cotorro, la vio, la miró, después hizo como si miraba el camión de la basura diciendo “¿no viene?”, entonces ella aprovechó y dijo “ya me cruzo” y se cruzó con movimientos felinos, caminando en puntas de pie tanto como la dejaban las pantuflas. “¿Cómo no saca la basura su marido?” dijo él, “¡Ay ni me lo nombre!”, dijo ella. Entonces le contó que tenía problemas conyugales y el mono le dijo que también y ella dijo que eran iguales y que porqué no se fugaban juntos. Tomamos “El Condor” y nos vamos. Espere que me pongo algo dijo el mono, un pantalón aunque sea. No, dijo ella, es ahora o nunca.
-¿Y qué pasó? No me diga que dejaron todo y se rajaron así como estaban –Intervino un pelado que masticaba un especial de mortadela y queso.
-Se fueron de la mano hasta la garita de la ruta a esperar El Condor, él en calzoncillos, ella en enagua. Paró el colectivo por fin y los dos se dispusieron a subir. El chofer, un gordo insensible, de bigotito y camisa azul los miró de arriba abajo. “No, así no pueden subir”, le dijo. “¡Eh, no sea grosero, no ve que estamos arreglando nuestras vidas!”, suplicó ella. “NO”, dijo el gordo y cerró la puerta.
Y bueno –dijo el Colo- tuvieron que volver a sus oscuras vidas. Sin olvidar jamás aquella noche de primavera en que salieron a sacar la basura. Las mujeres deberían evitar enviar a sus maridos a sacar la basura. En la calle está la aventura, Hubo maridos que salieron a sacar la basura y no volvieron nunca más.