AÑO 18

NUMERO 61629

Cultura

Año: 13

Número: 596

LINDA CHARLA CON ALEJANDRO DOLINA. (TUMBANDO ALGUNOS MITOS)

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 En una larga charla con La Capital, Dolina demolió alguna falsa idea sobre "cultura popular", aunque rescató la nobleza de "los muchachos de la esquina que la están pasando mal". También habló sobre el nuevo gobierno del Mauricio Macri: "Me produce perplejidad, preocupación y tristeza".

   —¿Hay uno o más modos de abordar el conocimiento?

   —El conocimiento proviene de la educación, de la indagación, el estudio, de la lectura, de adiestrarse uno en pruebas de dificultad creciente. Y de incorporar nociones en los fueros más adecuados. Que no son el Gran Buenos Aires, el café de la esquina ni la cancha de fútbol. Tuve la suerte de que el trabajo radial me obligó a estudiar con mayor intensidad que la poca que tuve cuando estudiaba en el colegio o en la universidad.

   —¿Con "La venganza será terrible" estudió y aprendió mucho?

   —El programa de radio adquirió la costumbre de comenzar con una especie de charla acerca de asuntos históricos, científicos, mitológicos, poéticos, y demás. Eso me obligó a revisar libros, indagar. Estoy muy agradecido. Porque esa tarea diaria abre puertas, porque no es sólo conocer la biografía de Chopin. Si no hubiera tenido esa obligación, hoy sería un tipo todavía peor del que soy, que ya es decir mucho.

   —¿Y ese conocimiento, el de la lectura, los autores, qué tipo de complementación tiene con otros saberes?, tal vez simplificando, con la llamada "cultura popular".

   —Como Borges, no creo en la idea de cultura popular, para mí es como hablar de equitación protestante. La cultura popular consiste en la educación del pueblo. Y la exaltación de un supuesto saber de los muchachos de la esquina que toman cerveza me parece una gigantesca hipocresía. Supongamos que una persona por su situación económica, por no tener trabajo o tener uno muy mal pago, o por haber nacido en una familia desposeída, tiene una salud frágil, y no puede educarse. De esta combinación aciaga de circunstancias esta persona habla mal, con pocas palabras y que incluso las usa equivocadamente. O por su falta de recursos, tampoco pudo asomarse a la cultura, no leyó, no estudió, conoce la música en sus formas elementales. O sea, un tipo bastante desgraciado. Entonces, si empezamos a exaltar que el hombre habla mal, incluso lo imitamos, hablamos con unas pocas palabras “para parecernos al pueblo”; todo eso se trata de una canallada.

   —La pregunta viene a propósito de una creencia respecto de que las expresiones que provienen de los márgenes traen una tensión especial, la de aquellos que todos los días desarrollan estrategias de supervivencia. De pronto, el muchacho de Barrio Norte no conoce esa tensión y sus formas de expresión artísticas son otras.

   —El muchacho de Barrio Norte tampoco es referencia de nada, la única referencia es la gran cultura, que debe ser dispuesta al servicio del pueblo, y en todo caso examinarla con ojos argentinos. Si garantizamos que el muchacho de la esquina pueda acceder a la gran cultura, entonces sí, luego, si por opción personal continúa bailando cumbia, todo bien. No se puede convertir una carencia en virtud pintoresca.

   —”La venganza será terrible” lleva más de 20 años al aire ¿siente que continúa creciendo ese proyecto?

   —En algo siempre crece, a la vez que nos vamos poniendo más grandes. Pero amén de esta valoración entre trágica y termodinámica (risas), el programa tiene cada vez más elementos, más conexiones. Y por lo tanto es más complejo, algo más lento, y menos gracioso.

   —En los 90 tuvieron gran suceso por la espontaneidad, la sorpresa, ¿algo de eso se perdió?

   —Eramos unos tipos extraños, fuera de catálogo. Ahora nos convertimos en un clásico, y eso solemniza un poco. Siempre es más sencillo trabajar desde el lado de la heterodoxia. “Mirá, estos muchachos se ríen de todo”, eso nos facilitaba. ¿Si es necesario seguir cambiando?, no lo sé. Lo que sí creo es que mi obligación es producir las conexiones más interesantes que podamos.

   —¿Cómo fue la decisión de hacer una programa en un horario raro, como las 12 de la noche?. Uno tiende a pensar que usted eligió ese horario porque tenía hábito de acostarse tarde.

   —No, nosotros empezamos con un programa al mediodía, que no gustó. Nos sacaron. Y nos mandaron a la una de la mañana. Yo dije: “No me va a escuchar ni mi familia”. Pero Adolfo Castello me dijo: “Aguantemos un mes a ver qué pasa”. Con el tiempo descubrí que efectivamente el horario me venía bien, porque yo era un tipo que pasaba hasta la 5 de la mañana dando vueltas con insomnio.

   — Al cabo, todo empezó como una gran casualidad. ¿En la vida las cosas principales se resuelven de casualidad?

   — A veces sí, también hay que buscarlas. ( Guillermo) Stronati era el locutor del noticiero de la radio, y lo conocí ahí. Hicimos una amistad que sigue hasta hoy.

   —Un programa de radio derivó en experiencia artística, ¿los desafíos, los riesgos, son mayores?

   —Siempre está el riesgo de que algo pueda fallar, que se nos caiga una careta que ni siquiera sabíamos que teníamos. El espectáculo provoca el riesgo, como en el circo, el riesgo también atrae. Como el caso del lanzador de cuchillos, el que más atrae es el que más falla, el que tira los cuchillos para cualquier lado. Y en toda aventura artística hay algo de circo, la posibilidad de caerse. El profesionalismo es, apenas, saber cómo se cae uno del trapecio sin hacer mucho ruido, que parezca parte del espectáculo.

   —Cuando rueda por el país con su programa, ¿hay una inspiración particular en cada lugar?, ¿Rosario qué inspira, por ejemplo?

   —Sí, claro. Rosario tiene un gesto y una conciencia de sus habitantes, el ser rosarino, que lo van construyendo. Diría que Rosario es una ciudad joven, con muchas conexiones, con una cultura. Un extirpe de buenos poetas, músicos, escritores, con conciencia de su propia exigencia. El uno influye al otro, un patrón muy venturoso. Luego conocí la relación que tienen los rosarinos con los artistas, y eso me gustó más.

   —Llenar el teatro el Círculo, recibir aplausos, ¿qué produce?

   —Nunca sé si es bueno el aplauso. El cariño, el recibimiento, el fervor, está muy bien, lo agradezco. A veces pienso que cuando a uno lo aplauden mucho, aún cuando tiene poco mérito, se corre un riesgo: creer que todo lo se hace está bien. El entorno, en la “ideósfera”, decía Roland Barthes, los que trabajan con el artista, nada se discute, todo está bien. Eso genera en el artista el convencimiento de que cualquier pavada que haga va a ser aplaudida. El riesgo de creer en la genialidad de sus banalidades. El aplauso no siempre es infalible respecto del propio talento.

   — ¿Se siente un hombre de la política, que interviene en la construcción de subjetividades?

   — Posiblemente, pero no de un modo directo. Si me llevan a una Unidad básica, es posible que pueda cebar mates y nada más (risas). Yo no me pronuncio sobre la actualidad en mi contexto artístico. Y ahora sí, a partir de un corriente de simpatía con esos muchachos de la esquina que no la están pasando bien, es que tengo una posición política. Pero no para aprender matemáticas de esos muchachos, en todo caso podría encontrar un tipo de nobleza, una ética en esos muchachos. Ahí me junto con ellos, y algunos perfumes de ahí llegan a mi programa, con un sentido político, y también moral.
 
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