Era uno de esos bochófilos con talento, el tipo era de Sarmiento, bochador de un trío que daba que hablar. Una tarde en las canchas del club “Esperancino” la suerte le jugó una mala pasada. Al tipo le gustaba observar a los bochadores de cerca, se iba atrás y esperaba el bochazo. Siempre hacía lo mismo, con un vaso de cinzano en la mano derecha, sonriente, realmente lo disfrutaba.

El “Colo” estaba sentado en la mesa de la ventana. Eran apenas las 9 de la mañana y el bar de la avenida Córdoba estaba desierto. Apenas arrancaba el verano y el sol se metía en el salón haciendo algunos dibujos sobre el piso.

-Yo conocí a un arrimador que era una delicia verlo. En mi pueblo era un ídolo el tipo. –dijo el bolichero mientras pasaba el trapo rejilla sobre la mesa donde estaba sentado el Colo.

-¿Le trae recuerdos? –dijo melancólico el Colo.

- Un poco –dijo el otro pasándose el trapo por los ojos.

-Este que yo le digo, el bochador, tuvo mala suerte, esa tarde en El Esperancino una bocha saltó y le dio en el medio del marote.

-¡Carajo! –dijo el bolichero.

-Llamaron a la ambulancia, vio como es eso, la ambulancia llegó con unos médicos residentes que estaban de guardia porque era domingo a la tarde y los otros doctores se borraban. Un muchacho con guardapolvo blanco se arrimó al arrimador que estaba acostado en el piso y lo tanteó. El cuñado que estaba ahí lo paró y le dijo “no toque si no va a comprar”.

-Pero el médico tiene que tocar.

-Lo que pasa que no le tenían fe al pibe, pero cuando tocó, lo primero que dijo fue “tiene un hundimiento”.

-Y bueno, don Colo, la sacó barata. Se puede vivir con un “hundimiento”,

-Sí, es cierto, aunque a partir de ese día le empezaron a decir “Titanic”.

-¿Por el hundimiento?

-No sé si por eso o porque cada vez que llovía se le llenaba la cabeza de agua. –dijo el Colo mientras miraba por la ventana del Boliche.