AÑO 18

NUMERO 61629

Cultura

Año: 11

Número: 537

LA NOVELA MUNICIPAL: "BOXEO"

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El siguiente es un sueño (pesadilla) narrado al detalle por la señora Intendenta y padecido merced a una cena más pesada que "vaca en brazos" (segun los propios dichos de la señora), compuesta por un revuelto de lentejas, ajo, cebolla y tres huevos, regados por dos cervezas negras. Nunca más ceno con lentejas, dijo la primera dama. Lo que sigue es la pesadilla: 

"En el salón de los grandes tejemanejes la discordia reinaba. El Secretario de Hacienda Gómez Alfonso estaba enardecido y parecía querer batirse en un duelo a cuchillo con el negro Blangini, jerarca de Obras y Servicios Públicos.  Las razones de fondo parecían ser las dificultades del plan de accesibilidad. El arquitecto morocho sacudía al Tenedor de Libros con duras acusaciones sobre los cálculos de las liquidaciones y el otro le echaba en cara cualquier cosa que le venía a la boca. Era la hora del vermú y tanto Gómez como su contrincante se habían mandado unos cuantos aperitivos en caliente y sin soda porque el sodero, profesor y candidato mister “K”
había faltado a la reunión.

Por fortuna y en lo peor del conflicto la armonía se restableció inesperadamente cuando Oreste, haciendo gala de una ecuanimidad que le valdría después muchas alabanzas, declaró no haber tenido ni el más lejano propósito de querer ofender a su amigo Alfonso Gómez, por el cual sentía una devoción fraternal, absolutamente indestructible. Por su parte, Gómez, no esperó a que Blangini terminara su disculpa, sino que se dirigió a él con la mano tendida y el abrazo que, uno y otro se dieron en el mismo riñón del Salón Blanco Municipal,  hubiese enternecido a una piedra.

Se mezclaron sus alientos (literalmente embriagadores) y de pronto Blangini rompió a llorar como una Magdalena, acusándose de ser un borracho innoble que acababa de insultar al mejor de sus amigos.  Gómez, el tenedor de libros, llorando a lágrima viva, juró y perjuró que Oreste no estaba borracho, sino más fresco que una rosa y que, solo él, Alfonso Gómez merecía el deshonor de haber ofendido, por ebriedad, a un hombre de genio y un gran profesional que se pelaba el culo noche y día estudiando las diagonales y transversales que abaraten el pavimento y el ripio de sus vecinos.

Insistió Blangini en acusarse y volvió a responderle Gómez, y como ninguno cediera en aquel generoso desafío, se trenzaron de nuevo y se fueron a las manos.  Hicieron unas fintas uno en guardia y el otro también. Giraron, se estudiaron y, al rato, ambos boxeadores sacaron la derecha al mismo tiempo impactando al unísono en sendos mentones. Cayeron los dos púgiles a la lona, un poco por las piñas pero más por el vermú. La alcaldesa, allí presente, dejó por un momento el “ring side” y, zapateando sin éxito para ver si los despertaba, contó hasta ocho y les tiró la toalla. 
 
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