Dellaporta, Elena, Rossi, integran el pelotón de rostros extraños que aparecen como una promesa de  renovación en la portación de caras.  Los que pasaron los cuarenta se sorprenden con razón, no están acostumbrados a esas miradas trasparentes que miran sin ver, a esos rasgos de "bondad" desbordante, de tipos "más buenos que el pan" que no son capaces de "matar una mosca".  Como dice el tango: "Yo sé que ahora vendrán caras extrañas". Ojalá sea para bien.

Y aunque los extremos son malos,  en la otra vereda aparecen Carrizo y  Albarracín que, al parecer,  han resuelto resucitar de las sombras y del anonimato. Carrizo, tal vez angustiado por la parálisis que sus "compañeros" le imprimen al Concejo, Elena por un lado como hermano de (más o menos) sangre y Bechio por otro como pariente bastardo, propietario de una banca que Carrizo reclama para el Justicialismo, "es necesario potenciar proyectos cajoneados", dice el veterano militante Claro que son otras caras. En estos rostros se asoma un poco el pasado.  Albarracín sacude la tierra de proyectos de su "autoría" (según dice), incluso algunos por los que ha sido criticado. Promete concretar aquello de los "5.000 lotes", se supone que todo condicionado a que sea el mismo Albarracín o su gente los que ocupen las bancas o la Intendencia.  El abogado no se queda corto cuando sale a copar la parada.

Mientras tanto los ciudadanos no parecen compartir el mismo entusiasmo. La repetición de frustraciones ha agotado la capacidad de asombro de la gente. Meiners concentró algunas ilusiones que finalmente concluyeron en fracaso. Dos veces votaron a la señora. Increíble. Por eso no es tan descabellado pensar que los "electores" locales prefieren perfiles andróginos, un olímpico "ni fu ni fa",  rostros que expresen la moderación, "ni fríos ni calientes", tibios, como los que lentamente van invadiendo la grilla de candidatos.