AÑO 18

NUMERO 61629

Novela

Año: 10

Número: 499

EL CACIQUE BONIFACIO SCHNEIDER, LA INTENDENTA Y EL CAMBIO DE NOMBRE A LA AVENIDA.

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El stand del municipio en la Feria de las Colonias construído para promocionar las actividades de la gestión de la señora alcaldesa Ana María de los Angeles del Cocco prometía a los visitantes la presentación de tres videos: el primero bajo el título "Los vecinos de la calle Moreno sacan la basura"; otro que sería presentado por el cura párroco y el pastor evangélico bajo el nombre: "Parejas afilando en la glorieta" y un tercero al que llamarían: "Te acompaño hasta la puerta del cementerio", auspiciado por Acastello y Rosso. Todo estaba pensado, la Intendenta se presentaría con un trajecito amarillo patito, zapatos amarillos y una cinta también amarilla sosteniendole el pelo.

-El amarillo se está usando mucho -dijo la Inspectora Pacitti-, con un cinturón negro ancho, la señora,  va a parecer un taxi.

No se sabía, sin embargo, si la señora se había decidido a visitar la feria de las colonias. En la intimidad se la habría escuchado decir que era "más aburrida que chupar un clavo y que además, últimamente,  sentía que todos la miraban con cara de culo".

-Señora, con todo respeto, yo creo que ni bien se termine la Fecol,  deberíamos retomar el centro de la escena con un golpe de efecto. –dijo con firmeza un morochazo trajeado irrumpiendo en la escena.

El que hablaba era ni más ni menos que el estratega político Luciano Anza, secretario y hombre fuerte de la reina del Salado.  El morocho se había aflojado la corbata y parloteaba  eligiendo las palabras mientras se depilaba las cejas.

- ¿Golpe de efecto? ¿Qué golpe de efecto? ¡Hágame el favor,  dígale al negro Blangini que termine de poner los adoquines en la plaza y listo, ya está el golpe de efecto!

- No es eso lo que estoy sugiriendo señora –dijo suavemente el secretario de la piel de aceituna.

- ¡Y bueno, desembuche de una vez, che, que no estoy para andar perdiendo tiempo!

La señora se estaba probando el trajecito amarillo.  Había hecho traer un biombo y hablaba con su secretario mientras se vestía.

- Creo –empezó a decir el pardo Anza- gran señora, que deberíamos restituir el nombre de “Eva Perón”  a la Avenida Córdoba. 

Cuando el “pardo” dijo lo que dijo la señora salió de detrás del biombo a medio vestir. Estaba descalza y con la pollera trabada sobre las rodillas. No había alcanzado a ponerse el traje por lo que se presentó ante su subordinado luciendo un portasenos blanco con puntillas y sacando pecho.

- ¿Qué dice usted? ¿Acaso se volvió loco, quiere que los gorilas del pueblo me echen a patadas? 

- Primero haríamos un simulacro en la intimidad, señora. Ya hice inspeccionar las viejas placas y sería sencillo sacarlas. Necesitaríamos la ayuda de los bomberos y hasta podríamos convocar a la banda municipal para que toque la marcha peronista.  Invitaríamos a los parientes de los primeros colonizadores, los ancestros del cacique Bonifacio Schneider prometieron su asistencia. 

- ¿Los Schneider tienen un pariente peronista?          
 
- El cacique Bonifacio. Según la familia es un indio de 1860 que adoptó el apellido porque el viejo Schneider tenía una relación con la madre cuando iba los fines de semana a las tolderías.

- ¿Y van a venir al simulacro?

- Me prometieron.

- ¿Y que aspecto tienen los cosos ésos, de Schneider o de indios?                 

- La mayoría son colorados. No es que sean pieles rojas, lo que pasa es que, según parece, la sangre de Bonifacio se perdió un poco.     

La señora se bajó con esfuerzo la pollera amarilla y se metió detrás del biombo. Una sillita petisa le servía para descansar de los trabajos que debía realizar para meterse dentro del trajecito. Debemos decir que, la dama de fierro, renegaba bastante porque la ropa era chica,  hacía un poco de fuerza y se sentaba un rato para recuperar fuerzas. Finalmente, cuando consiguió acomodar en su sitio la pollera y tuvo movilidad suficiente en su morrudos miembros inferiores, la Intendenta, trepó a la silla y espió por encima del biombo. Pudo ver entonces que el secretario de gobierno, el pardo Anza, el estratega político del gabinete, se encontraba de espaldas acomodando su peinado a unos metros del biombo, aguardando, tal vez, la decisión de su jefa para arrancar con el operativo “restitución del nombre a la avenida”.  Entonces, la reina de todas las reinas, su graciosa majestad, la rubia poderosa, la pachamama, tomó uno de los suecos que trajera de Suiza (que pesaban un kilo y medio cada uno) y lo arrojó en dirección del oscuro cogote del morocho vaya a saber con qué intenciones. 

- ¡Yo te voy a dar simulacro, negrito compadrón! –dijo la alcaldesa al tiempo que arrojaba el pesado proyectil.

- ¿Y que pasó con el negro–le preguntaron al tenedor de libros Alfonso Gómez cuando ya todo había pasado- lo dejó nock out con el sueco? 

- No –dijo Gómez serio y circunspecto mientras se reventaba un granito-,  nock out no, pero lo mandó a la lona y le contamos hasta ocho. 

- Entonces casi lo noquió. ¡Por qué no lo noquió con el otro zapato...!

- Porque tiramos la toalla.

Desde ese día al pardo Anza le dicen Chavez Juriors y a la señora “maravilla”.  La cosa es que el cambio de nombre a la avenida quedó en el congelador. “Lástima (dijo tristemente Dos Santos) yo tenía la ilusión de presentarle a la señora a un pariente del cacique Bonifacio Schneider, un medio indio y medio cristiano que come con la mano y toma soda directamente del sifón”. Otra vez será.
 
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