AÑO 18

NUMERO 61629

Novela

Año: 10

Número: 491

LA NOVELA MUNICIPAL: CAPONINO Y LAS ALPARGATAS ROSADAS.

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El secretario de hacienda del honorable municipio de la suiza de las pampas se presentó ante el gran Caponino, Intendente sustituto, en funciones hasta que se produzca el regreso de su graciosa majestad la alcaldesa Ana María de los Angeles del Cocco, en comisión por el viejo mundo, la India y otros destinos.

- Señor -dijo el tipo mientras chupaba un limón- con el permiso de usted vengo a informarlo de las tareas que nos esperan en el día de la fecha.

- ¿De qué tareas me habla, che, no sabe acaso que el interinato no incluye tan siquiera levantar el dedo en favor de la gestión peronista? ¿Qué quiere que mis correligionarios salgan diciendo que soy un asqueroso traidor?

- No señor -dijo Gómez sin mover un músculo de la cara-, lejos de mí enemistarlo con sus camaradas, no obstante y hablando de "asqueroso", le recuerdo que hoy tenemos que inaugurar un pozo negro en el barrio norte.

- ¿Un pozo negro? ¿Eso es todo lo que tenemos para inaugurar? - Interrogó El Intendente suplente con cara de asco.

- ¿Y dónde será la inauguración?

- En el domicilio del agraciado. Corresponde al sorteo del mes de febrero, en verdad estamos un poco atrasados pero hoy finalmente podremos cumplir con la obra.

- ¡Oiga Gómez! ¿De qué sorteo me habla? ¿No me diga que sortean un pozo negro por mes...?

- Son dos pozos negros señor: uno por sorteo y otro por licitación.

El secretario inclinó la testa cuando se dirigió a Caponino el grande y sin mirarlo a los ojos, estiró la mano para entregarle una pala de juguete colo rojo y blanco.

- Esto es para la foto señor. Usted se para con la "palita" frente al pozo y hace como qué está dando la última palada.

Gómez con la rodilla en tierra quedó unos instantes con el brazo estirado esperando que Caponino se haga cargo del adminículo, al no obtener respuesta, se puso de pie y miró con cierto rencor al capo radical.

- Señor esto de la pala no es un capricho mío, se trata de respetar o no respetar el protocolo.

- Deje ese ridículo objeto sobre el escritorio y vayamos de una vez a cumplir con esa pedorra inauguración,  avise al chofer que salimos en un minuto.

- Lo siento señor, no hay chofer.

- Esta bien, maneje usted.

- Es que tampoco hay auto, señor.

- ¿Pero usted está loco, por qué no hay auto, no era que habían comprado autos y camiones a rolete?

- Si señor, compramos tantos vehículos que ahora nos quedamos cortos de combustible.

- ¿Pero, no hay ni siquiera un miserable medio litro para llegar...?

- Lo siento señor, lo poco que queda, cuando queda, se lo roban los empleados.

- ¿Y en qué vamos a llegar al barrio norte?

- A pie señor. Lo único que puedo ofrecerle son estas alpargatas rosadas que quedaron del último corso.

El gran caudillo radical, Intendente interino en ejercicio, caminó hacia los ventanales y tal vez se preguntó "qué carajo hago acá" mientras miraba con melancólica tristeza hacia la gran plaza de los esperancinos. Se arrimó lentamente hasta los barandales y observó como los ciudadanos iban y venían por las veredas hacia los bancos, los negocios y los bares y pensó "estos cosos sabrán lo que estamos haciendo acá adentro...", hasta que, de pronto, unos gritos lo volvieron a la realidad,  una señora gordita con un vestido negro y tacos altos tan finos que hacían temer que no la sostengan se detuvo en la vereda y mirando hacia arriba, propiamente hacia el lugar donde el gran jefe se perdía en sus cavilaciones con una vocecita aguda pero imperativa le dijo: "Atorrante".  Es posible que el gran Caponino haya escuchado otra cosa, casi seguro escuchó "adelante" porque mirando a la ciudadana rasa que a su parecer lo alentaba le contestó que "gracias, seguiremos adelante, no le quepa duda que seguiremos adelante...."

- ¡Qué adelante ni adelante -gritó histérica la gorda- atorrante, dije, atorrante....!

- ¿Qué dijiste -dijo el capo- qué dijiste? -insistió el Intendente sustituto amenazando con el puño a la mujer- ¡Gómez, traigame algo para tirarle, a esta irrespetuosa...!

Gómez se arrimó sigilosamente hasta donde su líder temporario discutía rojo de bronca con la fulana que, dicho sea de paso,  no se quedaba atrás y amenazaba con tirarle una naranja o una papa al gran capo. De Pace, desconocido,  manoteaba como loco a diestra y siniestra buscando un proyectil para arrojarle a la mujer. En ese momento fue que llegó el Secretario de Hacienda con las alpargatas rosadas en la mano, justo en el instante en que El gran Caponino estiraba con desesperación sus garfios tratando de desprender un trozo de la baranda. Las alpargatas le cayeron como anillo al dedo y primero una, despues la otra, salieron como una exhalación buscando impactar en alguna parte de la anatomía de la manifestante. Un alpargatazo dió en el hombro de la gorda y el segundo, con un poco más de fortuna, impactó de lleno en los ruleros de la gorda.

- ¡Golazo! -dijo el caudillo.

La mujer quedó paralizada por un momento. Observó con interés las alpargatas que quedaron desparramadas en la vereda, lanzó una última mirada de odio hacia arriba, gritó dos veces "atorrante", levantó las alpargatas y desapareció en dirección este.

- ¡Eh, che, devolvé las alpargatas! -gritó tímidamente Gómez sacando la cabeza por el balcón.

- Deje nomás Alfonso, ya se fue. ¡Yo le voy a dar "atorrante", gorda de mierda, faltaría que yo me tenga que hacer cargo de las macanas que hicieron ustedes! -dijo Caponino acomodándose el traje- ¡Bueno, vamos a inaugurar el pozo negro, che!

- Señor, en vista que hemos perdido las alpargatas que provee el Municipo, le advierto que ahora tendrá que usar usted su propio calzado.

- Está bien. Vamos.

Cuando el dúo de funcionarios apareció en los portales de la Municipalidad, tanto Gómez como De Pace, como prevención, miraron hacia un lado y otro antes de salir a la vereda, cuando se aseguraron que nadie los miraba con cara de culo, entonces, a paso de murga, enfilaron en dirección norte.
 
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