Sabado 28 de abril:

Soy el séptimo hijo varón de la familia Cruz.  Es sabado, mejor dicho domingo a la madrugada y estoy caminando hacia el norte, en mi ciudad el norte es el arrabal, donde viven los más carenciados. Llueve finito. Camino hacia el norte para escaparme de la tristeza, aunque es inútil porque la tristeza sigue ahí, me sigue como un perro.

Estoy volviendo de una tormentosa cena en la casa de la Intententa de la ciudad. Comí como un animal,  recuerdo el pio nono, la ensalada rusa, los ravioles que parecen crepitar en mi estómago. Las bebidas de todo tipo y graduación. Todo ese tropel de morfi y chupa me ha hecho detener y llamar a una ambulancia de inmediato. Me detuve, estoy sentado en el cordón de una placita que hay en el norte. He marcado el 107, me atiende una voz ronca, "necesito una ambulancia" dije, "tengo un profundo malestar, por favor, algo me dice que puedo dejar este mundo en los próximos 30 minutos", eso le dije a la voz ronca. "Mire, che -contestó el fulano- recién terminé de lavar la ambulancia y no la voy a ensuciar de nuevo...", eso dijo.  ¿Qué hago entonces? le pregunté al tipo. "¡Llame a un remisse!" me dijo.

Soy el séptimo hijo varón de la familia Cruz con todo lo que eso significa. Marco el número de la empresa de remisses. Me atiende un voz media dormida. "Mire, le digo, me atraganté con un pio nono y necesito que envíe un auto para que me traslade a mi domicilio porque no puedo caminar". Del otro lado se escucha una carcajada: "¡Ajaja, ahora le hace falta nuestra ayuda, ahora que llueve, justo ahora, por qué no pensó antes, mientras se estaba emborrachando con vino barato, eh!", eso escupió el tipo y me colgó.

Esas cosas son las que hacen que me convierta en perro. Eso y las elecciones. Llegué a mi casa convertido en perro y arruiné toda la ropa.