AÑO 18

NUMERO 61629

Novela

Año: 10

Número: 467

LA NOVELA MUNICIPAL: ESPECIAL DE MORTADELA.

La señora alcaldesa, reina de reinas, miraba por los ventanales del Municipio despachándose un especial de mortadela y queso, distendida, observando la ciudad al igual que Nerón observaba a Roma antes de incendiarla, cuando vino a entrar al salón de los tejemanejes uno de los inspectores de tránsito, un pelado, con cara de obispo y pito colgando quién galopeó en dirección a la Intendenta a paso de murga y taconeo. El recién llegado puso rodilla en tierra en señal de respeto y ceremonia, luego, viendo que la primera dama no se dignaba darse vuelta, carraspeó dos o tres veces para hacerse notar. Con los cachetes inflados por un trozo de sánguche su majestad volteó su humanidad y viendo al otro de rodillas le tocó la pelada para que se levante.

-¡Se puede saber qué es lo que pasa!
- Gran señora, tenemos un problema justo frente al palacio, el concejal Becchio pretende instalarse en la plaza San Martín con un cosilla rodante que hace las veces de oficina según él y que está utlizando para recorrer los barrios empezando por el centro.

Efectivamente, en la calle Castellanos, se notaba un revuelo, de cual participaba un vehículo carrozado y al volante, todo colorado, el concejal Becchio acelerando a fondo y pretendiendo trasponer los cordones para estacionar sobre los senderos de la plaza.

- ¿Qué hace el gringo ése, se volvió loco...? -preguntó la señora masticando furiosamente el especial de mortadela.
- Señora, el edil macrista, dice que no tiene lugar para atender al pueblo en el edificio del Concejo y por tal razón se hizo del catafalco rodante que usted está viendo y que nada va a impedir que estacione en la plaza...
- ¿Y por qué no empieza por visitar otro barrio lo más lejos posible de acá...?
- Eso le preguntamos señora, entonces respondió que el vehículo en cuestión consume una barbaridad y que, por ahora, no tiene nafta para andar por los arrabales, que prefiere empezar por el centro...
- Baje de inmediato y sáquelo de donde está, dígale que se vaya y que no vuelva, si es preciso sáquenlo a patadas...

El inspector enfiló en dirección a las escaleras a toda marcha y enseguida se lo vió, rodeado de otros inspectores, en medio de una multitud de curiosos, hablando con el  díscolo concejal del PRO. La señora, desde los ventanales, vio como Becchio gesticulaba y se ponía bordó, zapateaba de bronca, se metía dentro del carromato y salía, intentaba ponerlo en marcha, porfiaba con los inspectores y se tiraba de los pelos. La señora se había preparado otro sánguche, la ansiedad la mataba, los bocados eran cada vez más contundentes, masticaba con fiereza, sin darse cuenta había sacado medio cuerpo por encima de los balcones, un bigote de mayonesa le surcaba la boca. Tenía ganas de gritar, saltar al vacío y zamarrearlo al gringo Becchio falluto y kilombero. Volvió en sí cuando una voz desde abajo le gritó "queremos comer", entonces miró con displicencia hacia la calle donde un grupo de remiseros haciéndosele agua en la boca la observaba tragar: "tirá un pedacito, gorda...",  le gritó uno que parecía el más combativo. "Dale, tirá un cacho, gordita...", la falta de respuesta de la alcaldesa pareció enloquecer a los demandantes remiseros quienes se unieron en una sola voz gritando: "queremos comer, queremos comer"...

La señora cerró con rapidéz los ventanales y, todavía tragando, vio como el inspector con cara de obispo entraba sonriendo al salón. Repitió otra vez la ceremonia, echó rodilla en tierra, bajó la testa con tres o cuatro pelos y pidiendo permiso para hablar, habló y dijo: "Su majestad, el problema Becchio está solucionado, el revoltoso tuvo que retirarse con su oficina rodante a otra parte".

- ¿Qué pasó, lo obligaron, lo agarraron a patadas como yo les dije...?
- No señora, simplemente le pedimos la tarjeta verde, seguro, patente, título del vehículo y carné para conducir camiones.
- ¿Y...?
- No tenía nada.

La mañana ya estaba perdida. Afuera las voces de los remiseros se escuchaba cada vez con mayor potencia. La señora pidió una almohada, se sacó los zapatos, rezó dos padrenuestros,  espichó dos copitas de cubana sello verde y pidió a sus ayudantes que la despierten a la hora de salida.
 
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