AÑO 18

NUMERO 61629

Novela

Año: 10

Número: 446

LA NOVELA MUNICIPAL. UN TRAMPOLÍN PARA LA SEÑORA.

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La señora había trepado a un trampolín improvisado con una tablón y un barril de cerveza todo afirmado precariamente por la anatomía del señor Dos Santos que, sentado en el extremo opuesto, oficiaba de contrapeso. La pileta era una legendaria "pelopincho", reliquia adquirida en el año 1980 por la familia Meiners de propia mano del dueño de la empresa señor Benvenutti, año en que la empresa llamó a convocatoria de acreedores.  La señora amagó un par de veces, dando saltitos sobre la tabla, recordando viejos tiempos, con la pelopincho al tope, mientras Dos Santos hacía señas desesperadas solicitando ayuda.
-Un momento Majestad -dijo el asesor doctor Albarracín levantándose de una sillita petisa y dejando a un lado unas patas de rana regalo de su esposa- un momento, creo que será necesario aumentar un poco la seguridad del lanzamiento.
Con paso cansino, el abogado, se dirigió al sitio donde Dos Santos estaba sentado acurrucado transpirando por la fuerza y por el rigor de los rayos solares. Apenas se hubo sentado el asesor, el señor Oreste Blangini tomó la batuta y asegurándose que todo estaba en condiciones miró a la señora alcaldesa en la punta del trampolín y haciendo una seña con el pulgar hacia arriba ordenó: "Proceda".
La señora probó primero y cuando le pareció que todo estaba bien se dispuso a saltar. Resorteó dos o tres veces mirando para atrás donde Dos Santos y Albarracín ya estaban cuerpo a tierra haciendo fuerza sosteniendo la tabla y entonces fue que dio el salto final. Nada hubiera pasado si el barril de cerveza no se corría hacia la izquierda. El improvisado trampolín se inclinó peligrosamente desbarrancando a los que hacían de contrapeso y obligando a la señora a improvisar un olímpico panzazo con todas las consecuencias que tal ejercicio provoca. Para peor, la señora había optado esta vez, por una bikini bastante audaz, regalo de su hija, con arabescos húngaros que dejaba al aire un amplio sector de su anatomía, pedazo blanco y blando, que fue el que más se resintió por el porrazo. 
-¡Ustedes son pelotudos o se hacen! -gritó la primera dama cuando se repuso del panzazo.
- Llamen al doctor Baravalle de inmediato -gritó el secretario de gobierno alarmado por los colores rojizos que aparecían en el rostro y en el abdomen de la alcaldesa.
- ¿Qué doctor Baravalle? -preguntó Becchio sacando a full sus ojos saltones.
-¡El compañero "cuisón" Baravalle! ¡Llamen al "cuisón", llamen al "cuisón"...! -gritaba desesperado el morocho Anza con voz de tango y saltando de acá para allá tratando de escaparle a la laja caliente.
Mientras tanto la señora estaba haciendo "la plancha" en la pileta, con cara de pocos amigos y dejando al descubierto un ombligo profundo que parecía un volcán inactivo rodeado de rocas en tecnicolor.  La Intendenta balbuceaba sonidos guturales que parecían ser insultos irreproducibles destinados a sus colaboradores sin perdonar a ninguno. "Inútiles", "Manga de brutos", "No sirven ni para espiar", y otras espresiones surgían de la trompa algo hinchada de la señora.
- Señora, ha llegado el compañero doctor "Cuisón" Baravalle -dijo Dos Santos agarrándose la pera donde al parecer había golpeado la tabla del trampolín en el momento del desastre.
El compañero doctor entró al predio prolijamente ataviado con guardapolvo blanco, bermuda verde y blanca y ojotas. Traía en la mano un frasco de "Pancután" y medio kilo de tomates perita.
-Me tomé la licencia de traer estos elementos -dijo levantando la bolsita con la verdura- ya que me anticiparon del accidente y me imaginé que se necesitaría un desinflamatorio.
La señora miró de reojo al galeno y continuó haciendo la plancha. En esa posición tuvo, el doctor, que aplicarle los medicamentos, tarea que se complicó en el momento de proceder al entomatado porque resultaba imposible hacerlo sin convertir el agua de la pileta en un enchastre.  Se le solicitó a su majestad que saliera del estanque para así colocar la hortaliza sobre su estómago, solicitud a la cual se negó la señora, profiriendo insultos a todos los presentes, argumentando que no podía moverse "y que mejor piensen en otra cosa manga de boludos, sic, sic".
Los miembros del gabinete pasaron la tabla que oficiaba de trampolín por debajo de la cintura de la primera dama y levantaron entre todos para sacar a la Intendenta del piletín sin cambiarla de posición, la depositaron con tabla y todo sobre dos caballetes que garacia a Dios había en el quincho y fue allí donde el doctor compañero y peronista de la primera hora pudo hacer las curaciones.
 
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Baltasar Gracián (1601-1658)
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