AÑO 18

NUMERO 61629

Opinión

Año: 1

Número: 45

¿La ropa sucia? ... En privado, por favor. Un delirio de E. Ferrero

Para algunos un tipo tranquilamente puede ser stripper en lo privado y monaguillo para el público. Muchos de nuestros vecinos más lúcidos y modernos no se cansan de decir que no hay impedimento.

Pero -decimos nosotros- la cosa que uno es en privado califica o por lo menos influye sobre lo que uno es o quiere ser en público. Y viceversa. Si uno es un psicópata sexual tal vez no sea recomendable que se dedique a maestro de jardín de infantes. Porque si la gente se entera seguro va a poner el grito en el cielo.

Casi siempre lo que se muestra en el escenario, a la luz del día, al público en general,  es lo bueno que somos y -por otro lado- casi siempre lo que se oculta es nuestra perversidad, nuestra miseria, o sea: el costadito malo de nuestros actos. Porque si hay algo que mostrar es mejor que sea bueno y, por el contrario, si algo malo tenemos oculto en un rinconcito de nuestro pasado es mejor que lo sepa la menor cantidad de gente posible.
Y si uno se dedica a la política esto se convierte en una regla de oro.

Hay algunos casos en la ciudad que van a servir de ejemplo a estas elementales reflexiones. Miren si no, como muchos se apresuran a corregir las confusiones sobre su conducta en casos en que se han visto enredados por la peligrosa madeja que involucra lo público y lo privado.

Vean como la Señorita Copes (con todo respeto) castiga sin piedad a sus colegas acusándolos de poco menos que atorrantes o  representantes de lo que llama "la vieja política",  como si éstos hubieran nacido en los sillones oficiales y en lugar de leche materna se hubiesen alimentado desde siempre con la teta del Estado.  Pero, sin embargo, la chica se enferma cuando Carrizo hace un inventario de los sueldos que cobraron los demócratas locales desde el año 73 hasta la fecha, pasando por supuestos concursos arreglados durante el proceso militar y seguimientos de privatizaciones que hizo Natale durante Menem. Ni que hablar de los gordos que parecen eternos en la política provincial. ¿Serán las mismas personas o solo sus clones?
Miren como algunos miembros del PDP tienen que sufrir ante la posibilidad de que salgan a la luz hechos gravísimos que corresponden a la vida privada. Otra vez lo público y lo privado. ¿Tendrán algo que ver estos hombres que hoy se muestran impecables en su conducta, con aquellos que en el pasado se comportaran con tanta impiedad? O se trata de personas distintas.

Nosotros en cambio (blancos permanentes de la hipocresía violenta de algunos de nuestros vecinos procesistas) creemos que el hombre es un todo armónico, creemos que las conductas de la puerta para adentro y las que se exhiben en la calle deben corresponderse. Y que si los actos son reprochables no resisten la calificación de públicos o privados, simplemente son reprochables y condicionan el crédito que la gente deba dispensar a quienes los ejecutan,  como así también tiñe de negro (muy de negro) a los partidos que los cobijan.  El que se benefició con la violencia del pasado debe hacerse cargo y los que no son lo que parecen también. Más, si en todo caso, lo que se exige son conductas impecables, será necesario que los acusadores blanqueen (si pueden) las suyas propias por el bien de esta gran ciudad. A menos que la pretendida intención sea hacer de este lugar una ciudad de viejos hipócritas en cuyo caso hagan de cuenta que aquí no se ha dicho nada. 

Para algunos un tipo tranquilamente puede ser stripper en lo privado y monaguillo para el público. Muchos de nuestros vecinos más lúcidos y modernos no se cansan de decir que no hay impedimento.

Pero -decimos nosotros- la cosa que uno es en privado califica o por lo menos influye sobre lo que uno es o quiere ser en público. Y viceversa. Si uno es un psicópata sexual tal vez no sea recomendable que se dedique a maestro de jardín de infantes. Porque si la gente se entera seguro va a poner el grito en el cielo.

Casi siempre lo que se muestra en el escenario, a la luz del día, al público en general,  es lo bueno que somos y -por otro lado- casi siempre lo que se oculta es nuestra perversidad, nuestra miseria, o sea: el costadito malo de nuestros actos. Porque si hay algo que mostrar es mejor que sea bueno y, por el contrario, si algo malo tenemos oculto en un rinconcito de nuestro pasado es mejor que lo sepa la menor cantidad de gente posible.
Y si uno se dedica a la política esto se convierte en una regla de oro.

Hay algunos casos en la ciudad que van a servir de ejemplo a estas elementales reflexiones. Miren si no, como muchos se apresuran a corregir las confusiones sobre su conducta en casos en que se han visto enredados por la peligrosa madeja que involucra lo público y lo privado.

Vean como la Señorita Copes (con todo respeto) castiga sin piedad a sus colegas acusándolos de poco menos que atorrantes o  representantes de lo que llama "la vieja política",  como si éstos hubieran nacido en los sillones oficiales y en lugar de leche materna se hubiesen alimentado desde siempre con la teta del Estado.  Pero, sin embargo, la chica se enferma cuando Carrizo hace un inventario de los sueldos que cobraron los demócratas locales desde el año 73 hasta la fecha, pasando por supuestos concursos arreglados durante el proceso militar y seguimientos de privatizaciones que hizo Natale durante Menem. Ni que hablar de los gordos que parecen eternos en la política provincial. ¿Serán las mismas personas o solo sus clones?

Miren como algunos miembros del PDP tienen que sufrir ante la posibilidad de que salgan a la luz hechos gravísimos que corresponden a la vida privada. Otra vez lo público y lo privado. ¿Tendrán algo que ver estos hombres que hoy se muestran impecables en su conducta, con aquellos que en el pasado se comportaran con tanta impiedad? O se trata de personas distintas.

Nosotros en cambio (blancos permanentes de la hipocresía violenta de algunos de nuestros vecinos procesistas) creemos que el hombre es un todo armónico, creemos que las conductas de la puerta para adentro y las que se exhiben en la calle deben corresponderse. Y que si los actos son reprochables no resisten la calificación de públicos o privados, simplemente son reprochables y condicionan el crédito que la gente deba dispensar a quienes los ejecutan,  como así también tiñe de negro (muy de negro) a los partidos que los cobijan.  El que se benefició con la violencia del pasado debe hacerse cargo y los que no son lo que parecen también. Más, si en todo caso, lo que se exige son conductas impecables, será necesario que los acusadores blanqueen (si pueden) las suyas propias por el bien de esta gran ciudad. A menos que la pretendida intención sea hacer de este lugar una ciudad de viejos hipócritas en cuyo caso hagan de cuenta que aquí no se ha dicho nada. 
 
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