AÑO 18

NUMERO 61629

Opinión

Año: 1

Número: 41

Lo que el viento se llevó. Edgardo Ferrero

La Argentina eufórica, la Argentina apasionada de otros tiempos, la que convocaba una y otra vez al debate político, la de las pancartas, los actos sindicales y el debate doctrinario parece haberse esfumado en los profundos laberintos del desencanto. Y hoy, para colmo, la desesperanza y hasta la abulia (de la acusábamos a nuestros jovencitos) asoman en la ciudad subiendo peligrosamente su nivel hasta cubrirnos la nariz, que nos jactábamos de haber resguardado vírgen hasta ahora. ¿Nos estaremos ahogando también nosotros, los suizos pampeanos, en los imbancables mares del embole colectivo?. 

El interés por la cosa común, que el año pasado tocara picos de altísima pasión hoy es un ruidito apagado, aplastante y (lo peor) en inevitable caída libre. Ejemplos incontrastables hablan del amargo achicharramiento del interés de la gente por la cosa pública.  El asunto de la estación de tren, la tormentosa ley seca y la supuesta discriminación del Samco parecen transcurrir sin pena ni gloria ante un público al que no se le mueve un pelo. Los medios escritos y parlantes sacuden el bombo una y otra vez sin conseguir despabilar a nadie. ¿Serán las vacaciones? Algunos piensan que la inauguración de las sesiones en el Concejo resucitarán la dinámica que falta y el silencio abúlico de la gente quedará en el olvido. Ojalá, dijo el turco. Mientras tanto el hombre habló en cadena por dos radios y la TV (nunca visto) pasando revista a un rosario de realizaciones que no fueron pocas, más de veinte páginas, un público nulo, solo funcionarios y eso sí la espectativa que sugiere un Concejo distinto que, después del discurso del Intendente, pasó a urgente cuarto intermedio para el mismo día a las 19 horas.   

¿Falta de interés o solo receso? Este es un año que pinta complicado. Complicado por las elecciones y porque la conformación del cuerpo es distinto. Los ingredientes que pueden despertar interés no son pocos, presidenta Demócrata Progresista, ningún bloque con la mayoría, la necesidad de sumar para ganar la elección, quienes serán los candidatos (¿donde están los candidatos?), en fin, todo un trabajo para propios y extraños. A eso se agrega una especie de apichonamiento generalizado que crece con la frustración de un país que se parece cada vez más a Bolivia a nivel nacional y al silencioso desencanto de la desilución en el interior.   
Todos han optado por el ensimismamiento, individual o colectivo, hasta los piquetes terminan siendo una forma de subsistencia novedosa y los ahorristas solo un grupo unido por la fuerza transitoria (y nada ideal) de sus depósitos incautados. A eso le sumamos el desparramo de candidatos, la filosofía del sálvese quién pueda y la inminencia de una monstruosa invasión a Irak y nos damos cuenta que sería cruel pedir a la gente un poco más de optimismo y participación.

Tal vez sea un poco osado (y hasta arrogante) pedir a nuestros políticos se tenga en cuenta el estado de inestabilidad anímica de nuestros vecinos y ahorren presiones que desgasten aún más su magullado espíritu. Vendrán ahora campañas, promesas, verdades y -como siempre- algunas mentiras. Estas últimas sería conveniente sean desterradas por esta vez. En bien de la participación de la gente. Participación que ahora extrañamos.
Nosotros, todos nosotros, los que vemos como la ciudad va creciendo en lo que se ve, en asfalto, edificios, escuelas y cloacas, debemos luchar por lograr que también se supere en lo que no se ve. Debemos luchar por conseguir elevar su condición ética, su cultura en serio, sus valores, aunque el país y el mundo hayan olvidado ya todo eso. Y esa tarea, tanto o más importante que la otra, han de cumplirla con vocación y propiedad todos los que posean la ciencia y la experiencia para hacerlo. Y debemos empezar ya, para evitar convertirnos en un pueblo mediocre viviendo en una ciudad linda. Un montón de gorriones en un nido de canarios. Y debemos hacerlo para encender desde aquí la luz que hace falta para que participe la gente.
 
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