AÑO 18

NUMERO 61629

Novela

Año: 6

Número: 413

LA NOVELA DEL GAUCHO ALBARRACÍN. NUEVO CAPITULO.

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El gaucho Albarracín, mondongo, el cabezón de la pampa, el terror de Venado Tuerto, había desmontado al lado del arbolito del patio. El criollo miraba a lo lejos como sospechando lo que habría más allá del horizonte, sacudiendo de vez en cuando las alpargatas para espantar los mosquitos que le picaban los tobillos. Mientras tanto, "Gucho", su fiel amigo, el matungo petizón, el tordillo panzón, vivaracho y coscojero, ahí estaba, masticando el freno a su lado, pateando la tierra, orinando el patio como si desatara cien mangueras o descargando kilos de bosta en tortas redondas y humeantes. ¡"Gucho, viejo y peludo"!, le decía Albarracín de cuando en cuando palmeandole el cogote.

- ¡Mondongo! ¡Venga para acá gaucho atorrante! -La voz chillona de la mama sobresaltó al criollo que se tanteó el cinto.
- ¡Ya le dije mil veces mama que no me grite así de golpe, ya sabe que soy hipertenso,  canejo! ¡Me quiere matar del susto o que me hagan un ano contra natura, mama, me extraña mama...!
- ¡Venga para acá urgente que lo busca un forastero!

"¿Un forastero?"  -pensó el matrero-  "¿Quién buscará al gaucho Albarracín, si naides sabía que estaba en su querencia?"  Albarracín montó de un salto a su pingo fiel y lo ataloneó enfilando hacia el camino.

-¡Adonde va m´hijo, venga para acá que lo busca el Comisario! -gritó la mama desde la cumbrera del rancho.
-¿El Comisario, dijo, el Comisario, dijo...? -Albarracín le metió espuela al matungo y, sin mirar para atrás, se perdió en dirección al pueblo por un senderito de las vacas.

El Comisario, un criollo bigotudo y bombachudo con chaquetilla azul y gorra hasta las orejas, se asomó a la galería desde donde solo alcanzó a ver el culo gordo del tordillo que ya galopeaba por el campo.

-¡Pucha! ¡Qué lástima! ¿Que le ha pasado a su hijo, doña, que salió como a buscar la partera? -Dijo el policía mientras se enrollaba los bigotes- Bueno, no importa, dígale que la Cooperadora Policial lo quiere hablar para que le lleve los papeles, usted sabe, que le cobre las cuotas, se ocupe de los beneficios, en fin, que haga de tesorero...
-¡Tesorero de la Policía! -exclamó doña Albarracín acomodándose la dentadura- ¿Usted está seguro, comisario?
-Tesorero de la Cooperadora Policial, doña, hágale saber a su hijo.

El Comisario subió al sulky que lo trajo hasta la ranchada de los Albarracín y salió a trote hacia el camino. Doña Albarracín miró como se alejaba la autoridad y se frotó las manos en el delantal, después caminó hasta la cocina, buscó una vela en los cajones de un viejo aparador y volvió a salir al patio, enfiló despacito en dirección al gallinero, pasó el chiquero de los chanchos y llegó a un montecito de paraísos, de pronto, al pie de un arbolito, cayó de rodillas frente a una capillita del gauchito Gil atestada de botellas y banderas rojas, ahí fue que encendió la vela mientras decía "tesorero de la cooperadora Policial, tesorero de la cooperadora policial....", y en la capilla se quedó hasta la noche, rezando y rezando.
 
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El consejo que la presteza en la ejecución hace seguro, lo hace frecuentemente temerario la tardanza.
Livio, Titus Livius (c.62 a. C.-17 d. C.)
Historiador romano
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