Cuando el gaucho Albarracín llegó al trotecito por la Avenida Eva Perón era domingo. Fue a recalar en el único boliche que estaba abierto, el boliche de Lorenzón, ahí nomás sofrenó a "Gucho" en la esquina de Janssen y la Avenida, puso pata en tierra y ató al tordillo al buzón colorado del frente. Se sacudió la tierra de las bombachas y entró al local haciendo ruido con las espuelas. Con el rebenque golpeó el mostrador y pidió una caña.

-¡Una caña, compadre! -gritó mirando hacia la trastienda de la cual, al rato, salió uno de los lorenzones con cara de pocos amigos.
- Acá no se grita, mi amigo... -fue lo primero que le dijo al gaucho Albarracín.

El gaucho Albarracín relojeó el salón mientras saboreaba la caña y se peinaba los bigotes.Desde una mesa en penumbras que estaba en un rincón, un gaucho colorado, de apellido Estrubia, que escuchó la advertencia del pulpero lanzó una risita. En otra mesa, una rubia regordeta, espichaba una caña con ruda.

- ¡Vengo de los pagos del Venado Tuerto! ¡Pregunten si quieren por el gaucho Albarracín y le dirán que puntos calza este criollo! ¡Después de mí el Venado Tuerto se quedó Ciego! ¡Y les digo que he venido para quedarme! ¡Esta ciudad no se olvidará nunca del gaucho Albarracín!

Cuando el gaucho matrero decía lo que decía se escuchó un relincho que venía de afuera. "Gucho", el tordillo petizón, que era culo y camisa con el gaucho Albarracín, brindaba su apoyo desde la calle.

Pensar que un tiempo después, el gaucho sucio y mal entrazado, haría Intendenta a la rubia regordeta que chupaba caña en la mesa del rincón.

(continuará)