AÑO 18

NUMERO 61629

Novela

Año: 6

Número: 369

LA NOVELA DE MAMÁ JUNIORS: HOY :  "FORÚNCULO"

La señora alcaldesa encontrábase sentada en su silla, con una frazada sobre las rodillas y un gorro de dormir sobre la testa, gorro de lana colorada que le permitía dominar el rebelde flequillo que le hace marco a su rostro redondo.

Digamos a los recién llegados que al referirnos a la tal señora, aludimos ni más ni menos que a la Jefa espiritual de una ciudad nacida a orillas del Salado entre oro de trigales, a la cual, un Salteño que se hacía llamar Aarón Castellanos bautizó Esperanza, al parecer en honor a esta noble virtud bíblica, aunque no falta algún buey corneta que diga que don Aarón llamó así a la ciudad para homenajear a una jovencita que lo tenía sin dormir desde su llegada a estas tierras.

"Infundios, mentiras, con las que se pretende oscurecer el buen nombre y honor de las personas" dijo la señora acomodando sus asentaderas sobre una almohada que mandara a pedir a la sección mantenimiento del municipio, para aminorar -dijo- los dolores de un forúnculo que había aparecido en el lugar menos pensado de su anatomía en las últimas horas.

"¡Es mentira que esta reacción de mi retaguardia tenga que ver con el plan de viviendas de los radicales!".  Su majestad se dirigía al candidato a concejal extrapartidario señor Hugo Becchio que era el único que se encontraba en el recinto tratando de encender una estufa a kerosene enviada como regalo por el compañero Agustín Rossi.

-Eso dicen las malas lenguas señora, dicen que los últimos acontecimientos han producido esta reacción de su anatomía y que no será la última porque es usted una débil mujer y que todas estas cosas de la política le producen urticaria y, valga la redundancia, granos malos.

-¡Mentiras! ¡Mentiras! ¡Todos los años por esta época me sale un forúnculo, es una cosa de familia, los viejos Meiners, se la pasaban de forúnculo en forúnculo!

La señora se había tapado la cabeza con la frazada y resollaba sus penas con sonidos estruendosos que, más que sollozos, parecían pedorreos y gargajos.

- Señor Becchio -dijo de pronto la Intendenta-, sabe usted que cuando vino el Ministro de la Nación a inaugurar la escuelita 371 que está en la esquina de Ronang y Perú, manos anónimas se habían robado el cartel que decía que dicho establecimiento se había concretado con fondos de la Nación...

- ¡Yo estuve allí, como nadie me informó de tales infortunios! -se extrañó el otro revoleando los ojos a un lado y a otro.

-¡Usted lo único que quiere es salir por la televisión! ¡Yo lo conozco señor, lo vi pasearse delante de las cámaras y husmear con cara de perro bajo el foco y haciendo la seña del dos de oro!

La alcaldesa se había enfundado el gorro de lana hasta la pera y parecía querer huir de la realidad. De pronto, pareció entrar en cólera y loca de rabia se sacó el cinto, un cinto ancho con hebilla doble y le tiró tremendo cintazo al candidato a concejal, el hombre, sorprendido por el chicote, esquivó el mandoble tirando la barbilla para atrás, sin poder evitar que un silbido mefistofélico le arañara la barba candado

-¡Le parece lindo, pedazo de inútil, que el Ministro de la La Nación, a quién lo único que le interesaba era el cartel, se encuentre con que se lo habían robado! -insistió la jefa municipal corriendo al jardinero con la chancleta.

Estaba la señora en actitud amenazante queriendo sacarse la bronca con el jardinero Becchio, o con cualquiera, cuando fueron a abrirse los portalones del salón de los tejemanejes, dejando pasar a un galeno con guardapolvo, estetoscopio y ojos saltones, quien entró a paso de murga enfilando hacia la señora.

-¡Y estos quienes son! -gritó la dama, tapándose de nuevo con la cobija.

-¡El doctor Elena señora, es hora de las curaciones! -anunció el jefe de prensa un petiso tirando a enano, retacón y parecido al chino que trabajaba en la isla de la fantasía que era el que había abierto de prepo la puerta del despacho.

Cuando el petiso habló, se hizo un silencio profundo en el recinto, la señora se había tapado por completo con la frazada y parecía emitir un sonido similar al casteñeteo de dientes. El matasanos, devenido parlamentario, con apellido de primera novia o sea Elena, encaró el escritorio y ordenó a sus ayudantes, dos enfermeros barbudos y morrudos que se hagan cargo. No alcanzaron los fulanos, a ponerle una mano encima a su Majestad que ésta fue a levantarse de pronto tirando todo por los aires y mirando a los recién llegados con cara de pocos amigos.

- ¡Elena, llame al orden a estos monos, nadie toca a la viuda...! -ordenó la señora con cara de guerra.

- Señora, es necesario que para realizar las curaciones usted se encuentre bien sujeta por estos "compañeros" del sindicato de la Salud, no se preocupe, se trata de miembros del Movimiento...

- ¡Esto es una falta de respeto señor Elena, jamás exhibiré mis partes pudendas ante estos dos morochones!

-Señora, no se preocupe, usted ya sabe: "primero la frazada, segundo el forúnculo, tercero la baulera,  la taparemos con la frazada y abriremos una ventanita pequeña para intervenir el el grano...

- ¿Le parece que alcanzará con una ventanita pequeña?

- Lo más chica que se pueda, señora.

- ¿Boca arriba o boca abajo?

- Boca abajo señora.

 - No vaya a ser cosa que después resulte ser una puerta ventana... -amenazó la señora mirando fijamente la tijera que traía en la mano el tal Elena-

-O un portón de dos hojas -agregó Becchio queriendo ayudar.

Antes de recostarse "boca abajo" en la mesa de trabajo, antes de ser cuidadosamente cubierta con la frazada y antes de que el médico del Municipio procediera a abrir la "ventanita", su Majestad, la alcaldesa, la primera dama del Salado, se hizo tiempo para arrojar en dirección del candidato Bechio, un pesado bibliorato conteniendo todas las actas del cabildo abierto, proyectil que fue a impactar exactamente en la pera del jardinero del PRO, quien cayó NK, por obra del impacto, contra una pared donde se encontraban los cuadros de los Intendentes.

Los presentes, incluído el doctor Elena, los enfermeros, el petiso de la isla y la propia señora, le contaron al noqueado, hasta ocho, hecho lo cual, como el tal Becchio no se levantaba convinieron en arrojarle la toalla y levantarle la mano derecha a su Majestad.
 
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