-Señora -dijo el asesor Gabriel hurgueteandose la nariz con la foto de De Pace- debemos proceder a confeccionar las gigantografías para la elección definitiva del mes de Julio.

La primera dama estaba revoleando las patas a diestra y siniestra, primero la derecha y luego la izquierda, con la inocente intención de conseguir que se le seque el esmalte rojo bermellón con que se había pintado las uñas.

-Señor Chapatín supongo que usted se habrá percatado que ahora no puedo porque estoy ocupada. Retírese y vuelva en otra ocasión. -Decía la señora moviendo los dedos de los miembros inferiores hacia arriba y hacia abajo.

-Señora, lamento decirle que no tenemos tiempo que perder, hoy es el día programado para ensayar los besos.

Ana María de los Angeles levantó la vista al escuchar la palabra "beso" y esperó a que el abogado completara el concepto mientras se apantallaba los pies con el decreto de "San Martín mano única".

-Gran señora, le comunico oficialmente que usted deberá aparecer en uno de los afiches zampándole un beso al compañero Andreoli, quien se encuentra en la sala contigua listo para el ensayo.

-¿Un beso a Andreoli? ¿Qué le pasa doctor, acaso ha enloquecido? ¡Cómo se le ocurre que una dama como yo, referente de otras tantas damas de la ciudad, aparezca en toda la ciudad besuqueando a un compañero, habráse visto!

Al tiempo que la gran jefa decía lo que decía hacía su entrada al recinto el fotógrafo Estrubia portando una cámara profesional, un paraguas blanco y una señorita con un bolsito donde se observaban recipientes con polvos, cremas y lápices de labios.

- ¡Señorita -dijo Estrubia desenfundando la cámara y abriendo el paraguas- proceda con urgencia a pintar los carnosos labios de la Intendenta!

La consigna sonó en el blanco salón de los tejemanejes como si fuese una ordene de fusilamiento. Inmediatamente la señora dió un paso atrás y se cubrió la boca con las dos manos.

-¡Momento, nadie me pinta la jeta sin permiso! ¡Fuera! -La alcaldesa se parapetó tras el escritorio y amenazaba a los presentes con arrojarles una plaqueta del sesquicentenario.

-Señora, por favor, tranquilícese, -el doctor, asesor, se le arrimó hablándole en voz baja para que los otros no escuchen- piense que necesitamos los votos del "bestiún" ¿me entiende?, después, en todo caso, nos ocuparemos de ocultar el cuerpo del delito... -Chapatín le hacía la seña del "mate y venga mientras trataba de convencerla.

-Es un beso de mentirita, señora... -arriesgó la maquilladora con el lápiz de labio en la mano.

-¡Sí, de mentirita,! ¡Por qué no lo besan ustedes entonces!

- Señora, esto no es una cuestión personal, es un asunto político, si no hacemos lo que tenemos que hacer es posible que perdamos las elecciones. -dijo el doctor Chapatín calmosamente.

-¿Y Anreoli se deja? -preguntó tímidamente la señora.
- Andreoli se deja. -contestó el señor Gabriel.
 
La señora pareció amansarse un poco y se ofreció a colaborar mientras hacía la seña del dos de oro para que le pinten los labios.

-¿Y quién besa a quién, si se puede saber?
- Primero se deja él y después se deja usted. -dijo con voz de póquer Chapatín.

La mañana agonizaba entre nubes otoñales y brisas húmedas que llegaban del sur. Los hombres y mujeres, habitantes sufridos de la Suiza de las Pampas, iban y venían por calles, veredas y rincones tratando de encontrarle la vuelta al día, confiados, tal vez, que la Providencia en su infinita misericordia, los protegería, sin que tengan la obligación de que se dejen hacer nada extraño.