El Intendente no se va. (Es una lucha)
-A mí no me sacan de acá ni con humo. -dijo el Intendente mirando por la ventana de la Muniblanca- y menos que menos si la dama del Concejo se queda...
¿La señora no sufre el calor? Será posible, che, perdemos el sorteo justo este verano que parece ser el más caluroso del siglo. ¿Hay derecho? ¡Hay derecho, carajo!
Aunque sea a La Falda, que se yo, a Cabalango, una semanita. ¡Pero no, que va, mirá lo que te digo, mirá, con la personalidad que tiene esta señora no sé si me podría ir unos días en carpa al Balneario, mirá...!! ¿Y si salgo el fin de semana y me hace mal el sol o me agarra gripe...? No solo es, entonces, no ir de vacaciones, la cosa es no enfermarse... ¿Me internan acá si me enfermo...? ¿Qué me dicen, eh...? Por la forma como me miran, creo que sí, que joder, claro que me internan acá...
Ellos, claro...total salieron todos. Ellos retozan en los arroyitos cordobeses, andan en cueros todo el día. Y yo empilchado como para casamiento. ¿No pensará siquiera en tomarse una semana...?  Cualquier novedad, me avisan, me avisan de inmediato... ni un minuto demoren.
El Intendente colgó el teléfono y se puso a revisar con algo de tristeza el bolsito con la toalla, la bermuda y la musculosa que descansaba sobre el escritorio. Después cerró la puerta de su oficina con doble vuelta de llave, se sacó traje, camisa y corbata y se vistió de bañista, ya descalzo, se paró encima de un viejo barrenador que había comprado en Villa Gessel el año pasado. Una lágrima se escapó de su ojo derecho.