AÑO 18

NUMERO 61629

Sociedad

Año: 1

Número: 2

Algunas reflexiones sobre el colonizador

La "condena social" es cosa seria. Eso pasa cuando la gente te dice cosas sin hablar: "no seas ladrón",  "no seas borracho", "no seas traidor", "batidor", en fin... La gente te resta crédito, oportunidades, no hay que joder con eso.
En la vereda de enfrente está el "reconocimiento social" -que también es cosa seria- que se da cuando la gente te abre el corazón, de da aire. Y es lindo cuando la sociedad te hace sentir su cariño, su apoyo, vos lo sentís, es como un clima agradable que se percibe en cada esquina, un viento a favor.

Pero claro, también están los que nunca son aclamados y necesitan que los aclamen. Necesitan la ovación de la hinchada ¿viste?.  Para conseguir eso hay dos caminos: uno es ganarte el aplauso con trabajo, con imaginación, con talento. El otro camino es conformarse con "la apariencia" de reconocimiento, o sea, con un reconocimiento de mentirita. Lo cual sería una cosa así: tenés tu noche, tenés tu premio, todos hacen como que te aplauden, vos te la creés por un rato y listo el pollo. Comprando la hinchada ¿entendés? Lo cual no es tan malo, estás ancho por un rato, gracias, gracias pueblo, pero ni vos te la creés. Y bueno, si te sirve, dale para adelante, pero es bastante fulero, que sé yo, sobre todo ahora que se habla tanto de la ciudad del futuro, del ideal ciudadano, no sé, da cosa, che, ¿no te parece?
 
Nunca entendí cuales eran las ventajas del autobombo. Me cuesta asimilar que alguien tenga que hablar bien de sí mismo, decir que es bueno, inteligente, coqueto, prolijo o limpito. No hace falta, no sirve, no tiene sentido.
Algunas personas piensan que la ciudad conserva aún costumbres del pasado, y no es así. La vieja teoría del niño malo y el niño bueno es ridícula. No es el más bueno el que nunca faltó a la escuela. ¿No pensaremos así verdad? Pero ojo que algunas cosas que hacemos nos hacen pensar que es así. ¿A quién premiamos?  A ver pensemos en los premios que otorgamos, como los otorgamos y cual es el mérito que consideramos para premiar. Pensemos. ¿A quién premiamos? ¿A quién premiaremos? ¿A los más capaces, inteligentes, generosos y valientes o a aquellos que entran dentro del molde de nuestros propios reflejos?  

Pregunto, porque resulta que los jóvenes observan. Y algunas actitudes de los hombres grandes que protagonizan la vida ciudadana parecerían que no se condicen con el sentido común. ¿Se premia lo profano, lo mediocre y lo absurdo?. ¿Se exalta lo obseno, lo grosero y lo estúpido?. Nadie dice nada. O mejor dicho sí, se dice: ante un acto bueno se dice que es bueno y ante un acto malo se dice también que es bueno. Para no joder a los demás ¿viste? Para vivir tranquilo, para que no te den vuelta la cara. ¿Cuántos dirigentes han decidido ser en lo personal inodoros, incoloros e insípidos?. Entonces, dada tal elección, dirigen sus actos hacia esos puntos cardinales: o sea hacia la estatua de la nada. ¿Cuántos premian lo que no hay que premiar ante la mirada atónita de jóvenes que, para colmo, necesitan creer?.

La teoría de premios y castigos no es del todo mala si se deja obrar al natural sentido común. La misma naturaleza hace así su selección y tal vez si el hombre no hubiera intervenido la cosa hubiera evolucionado para bien. Si queremos hacer una ciudad modelo para los jóvenes, para el futuro, para el mañana y todo eso... es necesario que los que hoy dibujan las estrategias del alma y cuerpo ciudadanos empiecen a abandonar el buen negocio de los premios a ciudadanos mediocres. Porque corremos el riesgo de que nuestros muchachos piensen con razón que somos unos chantas. Y la cosa termine siendo un mal negocio para la ciudad. Es una modesta advertencia. Un humilde aporte en honor a la inteligencia del ciudadano esperancino.
 Piensen que si bien Benjamín Franklin estudiaba de noche y con vela, eso no quiere decir que todo niño que estudie de noche alumbrado con una vela vaya a inventar el pararrayos. La parodia, la escenografía, el cotillón, no alcanza. Estimulemos entonces lo que somos y no lo que no somos. O la apariencia terminará dejándonos vacíos.
 
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