-¿Quienes son esos que están haciendo tanto alboroto en las puertas del palacio, señor Chapatín?

Eso preguntó la señora alcaldesa dueña del sillón de la Suiza de las Pampas mientras sumergía una vainilla en el café con leche. 

-¡Son los molestos inundados gran señora...! -respondió el otro haciendo una mueca de disgusto y sacándose un pelito blanco de la barba candado.

- ¿Y qué quieren? -continuó la Intendenta con la boca ocupada por la vainilla.

-¡Quieren dinero, parecería que estos inútiles creyeran que cagamos la plata! - Chapatín miraba por los ventanales y se sonaba la nariz con la sentencia del Juez que ordenaba pagarle a los concejales. 

- ¿Y cuanto es lo que le debemos a esa chusma, señor apoderado, si se puede saber?  -La señora se había sacado un zapato y se estiraba los dedos del pie izquierdo.

-¿Deberles nosotros a ellos? ¡Por favor, gran señora, son ellos los que nos deben! 

-¿Y entonces, qué esperamos para pasarles la factura?

Dicho esto el doctor Chapatín procedió a arrojarle a los inundados las facturas de impuestos desde el balcón donde constaba que los susodichos reclamantes eran reclamados y que los pretendidos acreedores se habían convertido en deudores.