La hipocresía no es un chiste. La hipocresía daña, entristece, insulta. Y se es hipócrita cuando quien tiene, por ejemplo, la plena posibilidad de saber no quiere hacerlo o le conviene hacerse el /la distraído / a, sin reparar en el daño de acciones o palabras.
Tal es el caso de la Reina de estos pagos, que luego de haber dejado en la calle a unos cuantos lacayos, que después de haber ninguneado a más de un empleado del reino aprovechando para presionar ante la escasa o nula oferta laboral, se le ocurrió saludarlos afectuosamente para el Día del Trabajo al mejor estilo Evita, porque hasta se debe creer reencarnada en ella.
Y este es el daño que la hipocresía produce en el ser humano afectado, que lo lleva hasta la extrema rabia, de querer reventarlo todo, aunque después le digan reaccionario y cuanta definición peyorativa se le ocurra a la Reina y su maquiavélico equipo de colaboradores ( ¿colaboradores?)
La Reina los instó a defender sus derechos.
¿Se bancaria una carpa en la plaza, los tambores, los bombos y las bombas espanta negruchos, sistemáticamente, todos los días, o una manifestación en su contra?
Conociendo la intolerancia y la miopía política de la Reina, es muy cierto pensar que su capacidad de razonamiento no llega al extremo de la comprensión del problema de quienes reclaman.
Ahora… ¿Quién le escribe estos mensajes como el del 1º de Mayo? ¿El doble santo radical traidor; el enano enamorado (andáaaa) y morocho, o el otro enano devenido en Rasputín, que quiere destruir todo lo que toca, aunque su familia ya, desde hace varios años, sienta vergüenza por su comportamiento?
La Reina, a diferencia del coronel de García Márquez, sí tiene quien le escriba, pero ¡LE HACEN DECIR CADA GANSADA!
El tiempo pasa, el reino se destruye de a poco y sostenidamente, y la mayoría de las cosas están tan oscuras como el putrefacto líquido del zanjón de cale Alem.
Cuando llegue la hora de dar explicaciones a los ancianos de la ley, la Reina va a estar más sola que Margaret Thatcher en Cosquín, y el maquiavélico Rasputín, junto a un selecto grupo de acompañantes, tan piratas como él, se habrá tomado el olivo.
Pero la Reina, camino a la guillotina, seguirá recitando uno de sus vergonzantes discursos propios de un alumno de tercer grado, aunque espantosamente leído.
La reina se cae como un castillo de arena y si no se va antes ¡QUE MAL LA VEO!