-Bien, al parecer es algo común y hasta artístico que los hombres y las mujeres se desnuden delante de otros. ¡Entonces ustedes desnúdense! -ordenó de pronto a los dos grandotes de la capital-
-¡Desnúdense! -repitió el secretario con voz de orden cerrado-
Los dos grandotes miraron en dirección a los presentes, el círculo se cerró poco a poco y el gesto adusto de algunos empleados fue interpretado como una amenaza por los hombres de la capital ya que con lentitud comenzaron a sacarse la ropa. No es fácil desnudarse delante de extraños, no es sencillo mostrar las intimidades a desconocidos. "Y pensar que eso es lo que miserablemente intentaron lograr del capo gringo, dejarlo literalmente en calzoncillos delante dell mundo entero...". Solo una oferta oportuna de unos cuanntos pesos evitó la catástrofe, los mercenarios de la Capital tenían su precio y no solo declinaron sus intenciones sino que aceptaron (por un plus monetario) hacer una demostración de su infame misión a la vista de los empleados municipales. Cuando terminaron de quitarse las ropas, totalmente en cueros, con algo de vergüenza (no mucha) se quedaron mirando al Jefe de la ciudad y usando las manos para cubrir sus vergüenzas, parecieron aguardar la continuación del libreto.
-¡Listo! ¡Bien ahora nos desnudamos nosotros y ustedes miran! -dijo el capo mientras tironeaba de su camisa rosada sacándola fuera del pantalón-
-¿Cómo dijo señor? -se estremeció el secretario-
-¡Qué nos desnudamos todos! ¡Es una orden! ¡Obedezzzcan!!! ¡Al trabajo!
Algunas mujeres grandes miraron con desesperación hacia todos lados y apretaron con fuerza los botones de sus guardapolvos. El empleado turco que se ocupaba de los bancos se concentró en cerrar uno a uno los ocho botones de su sobretodo. El chofer del Intendente miró hacia abajo controlando su bragueta y las chicas de rentas cruzaron los brazos sobre el pecho mientras pensaban que “el jefe máximo había enloquecido”.
-¿Qué sucede? ¿No van a desnudarse? ¿No es acaso artístico...? ¿No dicen que es normal y piola mostrar la carrocería a diestra y siniestra..? -El capo miraba a todos. Y levantaba presión a tal extremo que ya había revoleado el cinto y un zapato a un costado-¿ No han venido éstos a vernos desnudos? ¡A vernos a todos en paños menores! ¿No hay entre ustedes uno que los ha traído para estos miserables exhiban nuestros traseros en toda la Nación?
- Ya está bien señor... -suplicó el secretario-, no creo que sea el lugar...
-¿Y cual es el lugar? ¿El canal oficial? ¿La Dante Alighieri? ¿Quieren que vayamos todos y nos desnudemos en la Dante Alighieri? ¿No era que ahí se guardaban bajo siete llaves los impolutos ancestros de la cultura gringa?
- Si, pero no todos avalan las expresiones nudistas, señor...
- ¿A no? ¡Y esto! -Despliega un periódico con enormes titulares- ¡Mire usted secretario! ¿Cuántos comerciantes han puesto sus avisos en esta publicación? ¿Cuántos son los que invitan a presenciar el bamboleo erótico de nuestras tarariras? -señala un aviso en el periódico- ¿No es este el negocio del puritano Mellevan? ¿Cuántos más...? ¿Cuántos piolas y modernos hay en la ciudad...? ¿Cuántos cancheros hay entre nosotros que quieren hundirnos en el ridículo más absoluto?
- Pero, señor, tiene usted razón pero las damas...
- ¡Las damas! ¡No me haga hablar de las damas! ... -revolea la corbata y una media-
- Madres de familia....señor
-¿Madres...? -el Intendente miró por los ventanales. En la plaza unos adolescentes disfrutaban de la noche. Cuando el hombre se volvió hacia el salón pareció triste- ¿Madres, cuántas madres quieren burlarse de mí? Si estos hombres hubieran logrado su cometido, si me hubieran filmado como querían sus jefes, si me hubiesen degradado ante todas las madres, padres e hijos de todo el territorio. ¿Qué hubiesen ganado burlándose de mí? ¿Yo desnudo, trucado, pero desnudo...? ¡Era la ciudad de los esperantos la que ridiculizaban! ¡Yo solo soy un ave de paso! ¡La ciudad es la que permanece en el tiempo! --Ahora el gran jefe gringo pareció más triste que nunca- ...
-Está bien, es suficiente, creo que deben continuar con su trabajo.
Las luces de la plaza se habían encendido. El silencio que venía del exterior se confundía con el silencio de los hombres y mujeres que iban abandonando lentamente la oficina del Jefe. Uno a uno fueron retomando sus tareas mientras el gran capo permanecía petrificado y pensativo bajo el marco de la enorme puerta abierta de su oficina. Unos segundos después, el mandamás de la ciudad del río y la calandria pareció despertar de sus pensamientos y en ese instante de conciencia plena, comenzó a introducir su camisa rosada dentro del pantalón gris. Acto seguido, y con un solo zapato, caminó hacia su escritorio. Después, la puerta volvió a cerrarse.