AÑO 18

NUMERO 61629

Novela

Año: 4

Número: 180

OTRO CAPITULO DE LA NOVELA. HOY: "RUMORES DE RENUNCIA"

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En un día luminoso de enero con un calor que partía los carozos y, siendo tal vez, uno de los más complicados para el gobierno de la señora alcaldesa, corrían los rumores de renuncia de la máxima Jefa espiritual del Salado con el consiguiente desasosiego que se adueñaba de los pasillos del palacio donde reina y gobierna la blanca Pachamama.

Los portalones del despacho de la poderosa mujer estaban herméticamente cerrados, un cartel colgado del picaporte decía lisa y llanamente "No joder, plis" combinando los dos idiomas que domina (según dicen) la dama rubia y provocando honda inquietud entre los miembros del rejuntado de ministros quienes aguardaban novedades yendo y viniendo por el lugar. Mimicha Pachitti, visiblemente agitada a tal punto que perdió una de las ojotas se presentó con la blusa desabrochada y la vincha torcida en la habitación de los refrigerios donde estaban reunidos todos los miembros del equipo de "ñoquis" mayores y menores que llevan a la ciudad por los caminos que usted ya sabe. Cuando la obesa inspectora se recuperó y guardó la lengua en su estuche habló y dijo: "¡Malas noticias, loco, la fulana renunció!"

El anuncio de Mimicha hizo que el tesorero Titín se enderezara de golpe olvidando su eterno dolor en los omóplatos. Más al fondo, el abogado asesor Gabriel Chapatín que estaba acomodándose los rulos se arrancó un manojo de pelo de la coronilla como si nada.
- ¡Ay, no le duele doctor! – le preguntó Alina Castopoldi, la flamante funcionaria que atiende a los pobres.
El doctor Chapatín, hombre de confianza de la alcaldesa, no contestó y salió corriendo por las escaleras con los ojos llenos de lágrimas.
- ¿Dónde se va éste...? – quiso saber el secretario productor Mauricio.
- Habrá ido a la peluquería para que le peguen los pelos ... - dijo Alina .

El ambiente se ponía pesado y no era cuestión de esperar mucho. Urgía averiguar que es lo que pasaba detrás de la puerta. Las noticias que venían de afuera no eran alentadoras, pero no dejaban de ser rumores y suposiciones.
- ¡Renuncio, por fin renunció! – gritó desde el patio uno de los choferes que estaba castigado y ahora limpiaba los baños.
Todos los presentes corrieron a los ventanales para ver quién era el que gritaba con tanta fuerza desde abajo. El patio estaba desierto. De pronto detrás de un tractorcito flamante explotaron cuatro o cinco petardos y algunas cañitas voladoras surcaron el aire de la mañana.
- ¡Negros de mierda...! ¡Están festejando! – gritó desde abajo el doctor Chapatin que había reaparecido con el puño en alto, lleno de pelos y echando espuma por la boca.
- ¡Señor, en el norte están tirando bombas de estruendo! – le informó desde arriba un asistente del abogado mientras se hacía un cheque de viáticos.
- ¡Ese es el Diputado Alcides de Fascendinilandia que se regocija con la caída del imperio! – bufó Chapatín impotente desde el patio.

En ese instante una jauría de perros vagabundos subía por las escaleras obligando al secretario Schmith a encerrarse en el baño. "Son los perros políticos que estaban confinados en la perrera, alguien los dejó en libertad" –dijo un empleado de apellido Vogt desde arriba de una mesa mientras les arrojaba a los canes unos granos de alimento marca "Ulises"-.

En medio del caos reinante en el palacio blanco, caos que es normal ya que es cosa de todos los días, se abrieron de pronto las puertas del despacho de la Gran Dama Blanca. Una nube de polvo se levantó de pronto, a causa de la falta de riego y de que no pudo entrar el personal de limpieza, dándole misterio a la escena, cuando se disipó la tierra se vio a la Gran Señora. Parecía haber envejecido diez años. La llamarada de su temperamento tan rico en explosiones se había extinguido por entero. Encerrada en su oficina, corridas las cortinas, negándose a ver la luz del sol y a traspasar aquel umbral, con las promesas pendientes y una tormenta de protestas y citaciones a juicio. Con una cofia amarillenta, las manos llenas de facturas, la buena mujer cruzó a largas zancadas la habitación donde estaban sus inquietos ayudantes, hablando sola, gesticulando y diciendo en alta voz: "Renuncio y todos estos se vayan a la mierda, que necesidad tengo yo de renegar por esta manga de ignorantes, interesados". Hablando consigo misma, arrastrando unas pantuflas floreadas y un largo camisón amarillo patito, la Pachamama enfiló hasta el baño, frente a la puerta donde tres perros vagabundos ladraban con fuerza.
- ¡Fuira, perro...! –dijo la alcaldesa tanteando el picaporte.
- ¡Ocupado! –le gritaron desde adentro.
- ¡Secretario Schmith, le ordeno que salga de inmediato!
- ¡Solamente saldré a condición que saquen los perros de la puerta! –gritó el otro desde adentro.
- ¡Si no sale de inmediato renuncio! – amenazó Mamá Juniors pateando la puerta.
- Puede renunciar si quiere... no voy a salir ... – insistió el secretario.
 
La señora volvió a decir "renuncio" y fue entonces que entre todos los presentes, incluido el Doctor Chapatín que se había incorporado, el secretario de gobierno, el productor Rigoberto Caussi, José Sampeso el de prensa, Nenesio Marti el de gobierno y otros colados, beneficiados, ñoquis, chupamedias y advenedizos procedieron a retirar a los perros que impedían el paso hacia los sanitarios y acto seguido tumbaron la puerta y agarraron a patadas al secretario Schmith que estaba parado sobre el bidé arrojándolo del habitáculo con inusitada violencia.
- ¡Señora, el baño está despejado! – dijo el capo del corralón acomodándose la alpargata.
- Gracias. – dijo la dama cerrando la puerta.
- ¿Y ahora, renuncia o no renuncia? – preguntó el doctor Chapatín.

Por única respuesta se escuchó el clásico sonido que se produce cuando se tira la cadena.
 
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