AÑO 18

NUMERO 61629

Novela

Año: 3

Número: 149

¡IMPERDIBLE! LA NOVELA DE MAMÁ JUNIORS (PARTE CINCO)

Por: Edgardo Ferrero
Aclaración: El que lee debe saber que esto es un dramón por entregas. Por lo tanto para evitar malentendidos, el narrador aclara, que los personajes de estas historias son absolutamente ficticios, falsos, inventados, producto de la fantasía, pura literatura. Y por si esto fuera poco, el que escribe cumple en aclarar que todo lo que aquí se cuenta es " bruto delirio de la fiaca creadora" que responde casi seguro a un quiebre en la inestable personalidad del autor. Por eso mismo, en caso de producirse alguna similitud con cualquier hecho real, el lector debe atribuirlo derecho viejo a simple casualidad, magia de la literatura, ¿vio?. .(E. F)
 
LA NOVELA DE MAMÁ JUNIORS (PARTE CINCO)
Imagínese una noche cerrada. Noche oscura como ninguna en las inmediaciones de la gran plaza del reino de la Alcaldesa de todas las alcaldesas. Silencio total solo cortado por algún arrullo de las palomas que se alojan en el dormidero y/o cagadero general en que han convertido el principal paseo de los esperantos. Hace meses que no llueve en la comarca y es una lástima, porque el tenebroso escenario con unas gotas de lluvia y algunos refucilos hubiese estado completo. De pronto en la negrura de la noche unos pasos retumban en la vereda de la calle Aarón Castellanos ¡Toc! ¡toc!. Cómo explicarle, a ver, si usted, digamos, por casualidad hubiese estado sentado en uno de los bancos (en el hipotético caso de que el susodicho banco estuviera limpio) de los que se encuentran frente al legendario Bar Royal por ejemplo, habría visto un bulto siniestro, una figura misteriosa, envuelta en una capa con capucha taconeando nerviosamente por la vereda que va desde el Municipio a la Basílica. Una mujer ¡Toc! ¡Toc! ¡Toc!. Una mujer, algo regordeta, pasando con premura en la oscuridad y entrando atropelladamente en la Gran Basílica para arrojarse sin perder tiempo en uno de los confesionarios. ¿Quién otra que la reina del Salado podría ser atendida por un cura a estas horas de la noche? ¿Qué cosa tan urgente llevaría a la Pachamama a requerir los servicios del párroco interrumpiendo su sagrada costumbre de mirar "Bailando por un sueño"? Nadie más que ella, el ama de leche de los esperancinos, la verda nadie entiende nada, pero las respuestas suelen ser muy complejas a veces. ¿Será que el dueño de la basílica hace descuentos del 50% en las penitencias para todos los que traigan el carné del PAMI? Todo puede ser . Escuchemos.
- ¡Padre, padrecito, me han embrujado, ya no sé más quién soy.... quiereo recuperar mi identidad, padre, quiero volver a ser la que era...! - la Pachamama lloraba desconsoladamente.
- Pero, quién te ha robado la identidad, hija... - preguntó desconfiado el cura.
Mamá Juniors jugaba con un pañuelo mientras dos grandes lagrimones silenciosos bajaban por sus cachetes. De pronto, con gesto nervioso, levantó la mano enguantada y señalando temblorosa un punto indefinido más allá de los portales, hacia la plaza, continuó...
- El, el Gabriel, el hijo de los Chapatín, el que sale de noche, el séptimo hijo varón ... ¡El perro! -el llanto no la dejaba hablar con claridad. El cura entonces se ofreció para calmarla agarrándole la capucha.
- No entiendo, cuéntame mujer...
- Nosotros éramos gente humilde, vivíamos en una casa sencilla, en un barrio sencillo, tuvimos hijos. Mi marido falleció mientras trabajaba para procurar el pan de cada día. Solo mucho tiempo después nos llegó la suerte, éxito en los negocios, siempre me gustó el mutualismo, prestarle plata a mis semejantes, la gente empezó a quererme, más éxito tenía más me quería... hasta que un día, un negro día que hoy quisiera olvidar, llegaron los compañeros peronistas y me convencieron para que ayudara con mi experiencia a la ciudad entera... ¿Cómo me iba a negar?
- ¡Claro, como te ibas a negar, hija! - el cura se había colocado unos auriculares y escuchaba a Colón.
- Yo soy buena padre. Siempre me gustó mandar. Al principio todo fueron rosas, estaba tranquila, todos me hacían caso. Pero a medida que pasó el tiempo la cosa se complicó, nadie parecía escucharme, mandar empezó a ser un infierno ... - La alcaldesa temblaba y de los nervios tarareaba la marcha peronista.
- ¡Claro eso es lo que pasa! -dijo de pronto el cura más atento a la radio que al relato de la señora.
- Una noche de luna llena me quedé mirando unas fotos de Fascendini en el gran salón blanco de la Municipalidad, se me hizo tarde. Usted sabe padre como son esos viejos salones, se llenan de ruidos misteriosos en la noche y esa vez no fue una excepción... los muebles parecieron despertar de pronto, empecé a escuchar ruidos por todos lados...
- ¿Ruidos? -se interesó el cura.
- ¡Sí, ruidos! ¡Hasta que de pronto lo vi...! ¡Lo ví al perro en la puerta del gran salón, ni bien lo ví empecé a temblar! ¡Tenía en la boca chorreante un billete de cien pesos! ¡Le grité, no perro, eso no, cualquier cosa menos eso...! ¡Luché con él, pero el perro, el sin alma, resollando se llevó igual la plata....
- ¿Eso solo se llevó ..?
- Eso fue el principio padre, después no paró de llevarse billetes de cien pesos...
- ¿Y usted dice, señora, que el ladrón es uno de sus asesores convertido en lobizón? -El cura se había desabrochado la sotana y transpiraba dentro del confesionario.
- ¡Estoy segura! - gritó la Intendenta de la Suiza de las Pampas.
- ¡Me parece que usted está completamente loca! ¡En ese Municipio como en esta parroquia los perros abundan...! - Contestó molesto el párroco.

Lo que siguió después pertenece al terreno del terror. Cuando el sacerdote dio el primer paso para hacerse perdiz, de sopetón, en el gran portal del frente se recortó la silueta de una bestia mitad hombre y mitad ovejero alemán.
- ¿Qué es eso? -dijo el cura arrancándose un pelito de la barba negra.
- ¡Ese es el doctor Chapatín, el asesor sustituto y albacea del reino convertido en ovejero alemán...!

Evidentemente, la extraña silueta que avanzaba entre los bancos de la basílica, pertenecía ni más, ni menos que al abogado que, sin embargo, no había terminado de convertirse del todo porque solo de la cintura para abajo era un perro hecho y derecho.
- ¡Qué querés perro...! - gritó el religioso blanco como un papel empuñando la crucecita que le colgaba del cuello.

El hombre perro se paró en seco, raspando un poco las patas contra el suelo como tratando de enterrar un
hueso.
- ¡No es asunto suyo padre...! -dijo el Lobizón ofuscado y largando algo de baba por la boca.
- ¡Qué querés perro de mierda...! - Gritó la señora que ahora se tapaba la cabeza con la sotana del cura.

Las voces retumbaban en el inmenso recinto. Un sacristán alertado por los ruidos avanzaba desde el fondo con un cirio pascual encendido, luz mortecina que multiplicaba las sombras y hacía más terrorífica la escena.
- Señora, usted sabe que estuve unos días afuera. - dijo el perro asesor con voz casi de ultratumba.
- ¡Ya sé que estuviste afuera perro...! ¡Por qué volviste esta noche! ¡Qué querés de mí...! ¡Se puede saber qué querés de mí! - La voz de la alcaldesa daba miedo.
- Vengo a arreglar los viáticos.
- ¿Y cuánto es eso...? - Intervino el párroco resollando.
- Ciento ochenta pesos - contestó el perro.

Entonces el sacerdote fue hasta la canasta de las limosnas trajo dos billetes de cien (¿Había dos billetes de cien? ¡Fantástico!) y se los dió al perro. El perro le dijo que no podía darle el vuelto porque la billetera había quedado en su otra mitad y se retiró como vino. Creer o reventar. Mucho tiempo después de estos sucesos, el cura párroco llegó a creer que todo el asunto del lobizón fue una parodia ideada por la Señora Alcaldesa y su asesor estrella para sustraerle aquellos dos billetes que, por supuesto, jamás volvió a ver. ¡Tanta perrada suelta, alguno tiene que ser el lobizón! Sin ir más lejos, la señorita Copes dice que su novio es séptimo hijo varón..! Es lindo saber, porque uno habla en confianza delante de los perros creyendo que son solo perros y en una de esas resulta que el perro que nos está escuchando es el Secretario de Gobierno. Desde hoy tendré más cuidado. The End.
 
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Juan Donoso Cortés (1809-1853)
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