El Kirchnerismo se transformó en una desgracia para el peronismo ortodoxo. Todos lo reconocieron y muchos lo aplaudieron cuando estuvo en el poder, aunque hoy no lo reconocen ni como pariente. Mejor dicho, no se lo pueden sacar de encima.

Un pariente pobre, excéntrico y hasta violento, vaya y pase, pero un pariente ladrón que contamina al resto de la parentela es un tema. Los "vicios", la loca cleptomanía "K" le están haciendo un agujero demasiado profundo al peronismo ortodoxo.  Y le hace un agujero donde más le duele, porque esa herida le resta votos. Muchos votos.

El peronismo carga ahora con el estigma que le trajo una camarilla interna que cobijó y aprovechó en la buena, que reconoció como propia y que ahora no puede borrar. El mayor latrocinio comprobado en la Argentina tiene como responsable, encubridor o socio al peronismo. Es cierto que el partido del General no quiere hacerse cargo del asalto obsceno a los dineros públicos y es por eso que dice: "el kirchnerismo no es peronismo", pero la bandita de Néstor y Cristina fue reconocida como propia durante muchos años. Mientras estuvo en el poder. 

Es una vieja artimaña del peronismo eso de cerrar filas mientras está en el poder. Cuando pierde reparte culpas a diestra y siniestra para preservar la herramienta que lo traslada al sillón de Rivadavia. Los "mariscales de la derrota" no son admitidos en la familia. Así los peronistas delegaron delitos, violencia y errores brutales a sus propios sectores internos. Para presentarse impecables con el partido nacional y popular a las elecciones. 

Esta vez parece diferente, porque el impacto dio de lleno sobre el poder electoral. Seguro se va a notar la "merma" el año que viene. Todo se perdona, menos el robo alevoso a los dineros públicos, a los recursos de todos.

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