-¿Se puede saber de dónde viene así empilchado, don Colo? –dijo el propietario del boliche de la calle Córdoba mientras relojeaba el traje del recién llegado.
-Vengo de un lunch que ofrecieron los militantes de “Cambiemos” en una confitería del centro para festejar el resultado de las últimas votaciones. Me tiré el ropero encima porque se trataba de una reunión “paqueta” donde había de todo para morfar.
- Claro –dijo el bolichero- si no hay morfi no va nadie. ¿Y usted en carácter de qué estaba en el asunto, no me diga que se cambió de partido?
-Yo estaba en carácter de “colado”, por supuesto. Para colmo era una reunión tan larga que pensé en llevarme algunas croquetas.
- ¿Afanó comida?
- Para pasar el rato, canapes, bombas de crema, paté, en fin. Pero vea que cuando estaba metiendo en el bolsillo del traje las vituallas, una señorita me mira con ganas y me dice “salgamos a caminar”, yo acomodé una croqueta en el bolsillo interior y le pregunté por qué. “Me gusta hablar con un intelectual como usted”, me dijo.
- ¡Ah, manyó que usted era un intelectual! –dijo con cierta ironía el dueño del boliche.
- Le hice el gusto y la llevé hasta una calle oscura donde sin perder tiempo le dije “amémonos” y caímos uno en brazos del otro, para decirlo así.
- Una chica bastante rápida, lo felicito, don Colo.
- Gracias, aunque me había olvidado de los canapés que tenía en el saco y cuando la dama me estaba besando el cuello me salió un chorro de crema por el cuello de la camisa. Ante esa lamentable situación la señorita se retiró.
- Bueno, ese es un percance que conspira contra el amor, don Colo. ¿Usted que hubiera hecho si le pasaba algo así?
-Pero vea que la chica no se fue del todo, hizo unos pasos y volvió.
- Tal vez quedó caliente con usted, don Colo.
- No precisamente, me metió la mano en el bolsillo y se llevó un pedazo de queso.
- Y bueno, se entiende, no se iba a ir con las manos vacías.