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Humor

Año: 1

Número: 73

Chistecito con poeta Rubén León Arde

Chiste con poeta León Arde y ancianos
Iba el gran poetizo Rubén León Arde caminando despreocupadamente por la Plaza San Martín, en domingo, ensimismado y pensando seguramente en lo que podría ser otro éxito de librería o de público, tal como su portentosa ópera "El monte de las Brujas" o su última novela erótica cuyo nombre quedará en deuda hasta que me acuerde, cuando -dicen los que vieron y presenciaron los sucesos- el bardo gringo y sastre también es detenido por dos ancianos justo frente al gran monumento.
-¿Qué se les ofrece nobles gerontes? -dicen que dijo el poeta algo fanfarrón ante lo que pensaba era un reconocimiento a su fama y maestría-
-Oh, nada especial gran señor -replicó el viejo- solo le suplicamos una foto, por favor su merced...
-¡Grandioso buen hombre! -dijo eufórico el cultísimo diseñador de trajes y poemas- ¡Es más, en honor a la anciana dama presente que juzgo ha de ser su compañera, no solo dejaré que me saquen un daguerrotipo para su álbum sino que además les dispensaré un autógrafo en la misma foto y los dejaré retratarse a uno y otro conmigo tantas veces quieran!
-Pero... perdón,  estimado paisano... -interrumpió la veterana dama- es que, nosotros....
-¿Qué dices anciana? ¿Deseas algo más de mí? ¡Pide lo que quieras,  hoy estoy de muy buen humor! -recitó el poeta, escritor, sastre, comisionado cultural de la ciudad y autor de operetas varias llamado Rubén León Arde- ¡Habla ya abuela! ¿Quieres que te bese en la mejilla acaso?
-No señor, le agradezco igual, pero usted no ha entendido...
-¡Pero como te atreves, viejita! ¿Qué es lo que no he entendido? -se ofuscó la enciclopedia viviente-
-No ha entendido usted señorito, que somos turistas y que lo hemos detenido a usted y solo usted al solo efecto de que nos saque a nosotros una foto frente al monumento, capiche, signore...
Dicen los que vieron y presenciaron esta escena que la autoestima del poetizo Rubén León Arde se fue mucho más allá de la lona y que, así y todo,  terminó sacando algunas fotos a los maduros turistas, la solicitada de entrada frente al monumento, otra frente a la pileta de los pescaditos y la última en una de las glorietas. Demás está decir que el poetizo saludó y se retiró con la cara notablemente larga herido de muerte en su orgullo gringo.  No es nada. Mañana será otro día.