Todos los que concurren a la gran fiesta del Colonizador que organiza el CICAE se sienten privilegiados. No tanto por el premio que reciben (de hecho algunos tienen más de una decena de estatuillas) sino porque en el mágico mundo al que ingresan todos los años, la inflación, la sequedad de ventas, los altos alquileres y todas las angustias quedan afuera.  En el fantástico ambiente de luces tenues todos sonríen, disfrutan de la comida y (claro) caminan por la alfombra roja. 

Este año se viene el saco colorado para los hombres. Las calzas presidenta para las mujeres. La camisa afuera, los trajes con zapatillas de basquet y los escotes profundos para lucir el paso de Uspallata.

Es notable como la gente se anima con la ropa a todo lo que suena como reaccionario. El microclima fantástico inventado por los organizadores provoca conductas inesperadas en actores impensados. Es curioso observar a ciudadanos circunspectos, taciturnos, "destaparse" en estas convocatorias. Ese y no otro es el principal mérito de El Colonizador, espectáculo ciudadano que ya lleva 19 ediciones.

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