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Humor

Año: 1

Número: 68

Chiste con dos curas conocidos

Chiste con dos curas conocidos

Uno de los curas párrocos que llegaron a Esperanza y que es todavía muy recordado por su notable y desbordante personalidad, fue aquél que todos llamaban el ¨cura Gonzalez¨. De él se cuentan innumerables anécdotas muchas de las cuales, es cierto, son de dudoso origen y veracidad.  En uno de estos relatos, se cuenta que cuado el sacerdote llegó a la ciudad traía consigo una jaula con dos loros que según se decía le había obsequiado alguien, tal vez con la noble intención de que las aves le hicieran compañía en lo que se suponía serían tiempos solitarios, de ardua reflexión y duro recogimiento. Por supuesto que al bueno del cura Gonzalez,, merced a su condición de religioso, no le era dado rechazar el obsequio y menos que menos abandonarlo o dejar de cuidarlo. Por supuesto que el sacerdote, conciente de la fama de los pajarracos y del peligro que significaba dejarlos en lugares donde pudieran aprender (y repetir) palabras impropias, se propuso dar remedio a tales riesgos, y evitar que la dudosa conducta de los bichos, pusiera en peligro o dejara mal parada su investidura.  El cura dejó entonces la jaulita con los dos loros machos en un discreto rincón en una habitación  utilizada a diario para rezar y orar, por las llamadas ¨damas Vicentinas¨, las mujeres se juntaban durante horas en la salita y sus plegarias se escuchaban a diario con rutinaria persistencia  Por supuesto que pasado un tiempo prudencial, la influencia de tan mística compañía logró que los animalejos terminaran repitiendo con rigurosa exactitud y devoción las oraciones que escuchaban  todos los días. 

Por esa época apareció en la Parroquia de la Natividad un cura yanki del cual todos recuerdan solo su nombre, el padre ¨Eduardo¨, hombre de gran motocicleta y pobre castellano que, por casualidad, dicen los que saben, también traía en su equipaje como mascota  una lorita, o sea una ¨pepa¨, quizás regalada por algún amigo o pariente tratando de paliar la supuesta solitaria vida del cura norteamericano.  El caso es que la lora de Eduardo era muy mal hablada y dado que Gonzalez, se sabía, era propietario de dos loros famosos por lo devotos, que rezaban todo el santo día,  decidió el yanki pedir permiso a su jefe e incorporar  su cotorra a la jaula donde pernoctaba el verde y cristiano dúo de loros cristianos.  Obtenida la venia de Gonzalez, la lora de Eduardo entró a la jaula de los dos loros que la recibieron rezando un padrenuestro y tres glorias.  Hecho esto,  el cura Gonzalez y Eduardo sonrieron satisfechos por la buena acción realizada, cerraron la jaula, apagaron la luz y se retiraron de la habitación.

En la oscuridad -aseguran los que escucharon- uno de los loros machos le dijo a su compañero.
-Te dije que los milagros existen. Acá está lo que tanto pedimos en nuestras oraciones.