Evidentemente la guerra que el imperio sajón del norte inició contra no se sabe que fuerza mesiánica y diabólica no pertenece al liviano mundo de la ficción. Ni Rocky Stallone, ni terminator, ni siquiera John Wayne o Gary Cooper pueden evitar que los supuestos buenos mueran día a día en el frente iraquí. A través de las poderosas cadenas de televisión inventadas por el imperio yanki (para su beneficio) todo el mundo puede ver como rehenes japoneses viven su calvario en la semana santa del 2004. Solo queda la opción de retirar las tropas para evitar que sean inmolados e integren la galería de héroes absurdos que se suman a la culpa del satánico señor Bush.

La guerra y las películas son dos cosas diferentes, casi se diría opuestas, los ciudadanos norteamericanos deben estar pensando como es que todo les sale mal, porqué si se supone que finalmente todos los cabos sueltos se unen y la solución perfecta sin muertos de la yankilandia arriba sin problemas antes de the end. Hoy el mundo se pregunta si las agallas del supuesto imperio son suficientemente firmes como para controlar los monumentales enemigos que lo acechan, si su pueblo (guerrero) será capaz de aguantar a pie firme la monolítica oposición que lo acosa día tras día. Si las señoras que van a los inmensos shoppings, los automovilistas que cruzan los interminables y peligrosos túneles o los profesionales que suben pisos y pisos por los acensores serán capaces de soportar la perrmanente sensación de "bomba a explotar" que los atormenta.

En las películas todo termina bien. Todo va mal pero todo termina bien. En cambio en la realidad que nos encara en estos tiempos parece ser al revés, todo lo encarado por los protagonistas estadounidenses parece estar mal, seguir mal y apunta a terminar peor. Los Rokys de la realidad se parecen peligrosamente a los villanos de sus propias películas.