AÑO 18

NUMERO 61629

Actualidad

Año: 1

Número: 98

Si me aseguraran que nadie moriría a partir del cierre de las industrias, me paso al bando de los ambientalistas, me paso...

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El planteo es tan perverso que hasta parece elaborado por una mente tan inhumana que inaugura una paradoja con todo lo que predica. Una cosa es la mantanza de ballenas en el sur, sabemos que allí evitando que los buques factorías dejen de arponear se termina la amenaza para las ballenas, pero acá, eliminando las industrias nadie, nadie, es capaz de asegurar (o hacerse responsable)  que se clausuraría el negro tormento de lo que supuestamente es la causa de leucemias, cánceres y malformaciones que, cada vez que aparecen, se adjudican arbitrariamente a los que fabrican una cosa o la otra en la ciudad del trigo y la calandria.
 
¿Como es que los ejecutivos y trabajadores de una empresa aguantan lo que les toca en la sinniestra culpa de lo que no es más que el chillido de unos pocos, la verdad, es un misterio?

Un profesional, un obrero, un técnico, cuando se le pregunta cual su actividad, responde que pretende que su esfuerzo vaya hacia la consecución de la excelencia en la producción de bienes y servicios para bien (para bien) de la gente que los consume o necesita de ellos. A nadie se le ocurriría participar de un proyecto empresario que en su accionar provoque (intecionalmente) la ruina de la comunidad donde actúa. Eso, aquí y ahora, es contrario a la naturaleza humana.

Da la impresión en esta pequeña y ordenada ciudad de que se pretende instalar la idea de que el demonio vive entre los vecinos y que su templo tiene una chimenea que echa humo envenenado en los cuatro puntos cardinales de la ciudad de Pedroni. ¿Alguien puede creer realmente esto? ¿Alguien puede hacerse cargo de semejante libreto? Acá se da el caso (curioso) de que la magnitud (y el espanto) de la acusación supera hasta el instinto de conservación de quienes le dan aire. Nadie, salvo aquellos que estén peleados con el sentido común, puede creer (sin pretender algún beneficio económico) que atacar la conciencia con desvaríos absolutos puede terminar en un beneficio para la ciudad.

En toda la Argentina, en toda la extensión de esta bendita patria debe ser este el único lugar en que se le da pista a la sospecha que destruye, divide y problematiza al trabajo. En todos los rincones del país la cosa es distinta y hasta contraria. ¿Todos los demás estarán equivocados...? 
O solamente estamos viviendo el inicio de una debacle iniciada por unos pocos que terminará indefectiblemente en un perjuicio irreversible para todos.
 
 
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Nada vale la ciencia si no se convierte en conciencia.
Carlo Dossi (nacido Alberto Pisani Dossi) (1849-1910)
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