Cuesta pensar que una tropilla de peregrinos se organice para llegar de visita a la ciudad. El museo, la historia, el Salado, en fin, la plaza, es pobre lo que se ofrece. Cualquier agencia de turismo llevaría a sus clientes a 200 kim por hora por la ruta 70 camino a cualquier otro destino antes que quemar una jornada en Esperanza. Porque cuando el Municipio habla de "turismo" (se supone) lo hace en sentido comercial, no de otra manera. No se gasta el dinero de los contribuyentes en costosas oficinas y equipos de gestión por amor al arte. Queremos creer que la Intendenta y sus amigos hacen todo lo que hacen, para estímulo de supuestos turistas, que vendrán a vaciar su billetera en la ciudad. Para eso la oficina, los empleados, la publicidad. De lo contrario es solo humo para decir que están haciendo algo. En realidad ese es el peligro mayor. Que ante la ausencia absoluta de ideas, proyectos e iniciativas útiles, se opte por hacer cualquier cosa, aunque sea inútil. Habiendo tantas prioridades, eso sería, por lo menos, un error. 

El turismo es una industria. Eso dicen. Hay lugares favorecidos por la naturaleza más que otros. En honor a la verdad, Esperanza no tiene mucho que ofrecer. Alguna cosita de historia, otro poco de arquitectura, la gente, la tranquilidad, que se yo, no alcanza. Hace falta gastar para tener una industria. Y los pocos atractivos en los que se puede invertir se han abandonado. El palacio Stoessel es un ejemplo. A menos que la Intendenta crea que Esperanza es Roma y que los turistas vendrán a contemplar las ruinas de las construcciones del siglo pasado. No hay inversiones en Turismo porque el Estado Municipal no cree en el turismo. Y como no cree no lo demuestra. Hacer una oficina para indicar a los visitantes donde queda la estación terminal o como hacer para conseguir un remise, es un gasto inútil.