“Señores, las voces de la calle me dicen que no estamos haciendo nada de nada y que lo que hacemos lo estamos haciendo mal.  Por si esto fuera poco he recibido un anónimo...”


La Intendenta Ana María de los Angeles se dirigía a los gritos al gabinete en pleno, enarbolando en la mano derecha un papel blanco con lo que parecían ser letras de diario pegadas. La primera dama lucía muy deportiva con una “jogguineta” azul difunto, zapatillas doble resorte y un gorrito con la letra “K” en la visera. Su rostro denunciaba un claro “embole” producto de haber sido, seguramente,  importunada en su domicilio. 

-  ¿Qué es lo que dice el anónimo, señora? – preguntó con reciedumbre el comisario Fernandez.
- ¿Y a usted que carajo le importa? – retrucó la primera dama.
- Decía porque podríamos investigar... –se achicó el otro.
- ¡Pero, no me haga reír Miliki! ¿Qué es lo que va a investigar usted? ¡Ay que miedo que tengo está investigando el comisario! 

La señora le sacó los lentes de sol a Dos Santos y se paseó por el salón como si estuviese investigando.

- ¿Se está burlando? – preguntó Gómez a Blangini.
- - Parece. –dijo el otro aguantando la risa.
- Vos te reís. Esperá que nos toque a nosotros.

La señora, mientras tanto, continuaba con la payasada imitando a Fernandez. El resto aplaudía y se reía. Cuando terminó con la parodia del ex policía,  volvió al frente se puso un cesto en la cabeza y dijo: “El negro Blangini” y comenzó a burlarse de Blangini.

- ¡Qué lo reparió! – dijo serio Blangini bajando la cabeza para no mirar. .
- Mirá, mirá lo que hace... –dijo Gómez.

La alcaldesa saltaba como un mono por el salón con el cesto en la cabeza.  Cuando se cansó, tiró el cesto, dijo “Elsa” y se envolvió en una cortina mirando a todos mientras sacaba la lengua y movía de un lado a otro la cabeza.

- Está loca. –dijo la secretaria de promoción social.
- Te está imitando – informó Dos Santos.
- Está completamente loca, mirá como saca la lengua.
- Está envidiosa porque vos te hiciste dos departamentos en La Orilla.
- Mirá lo loca que está. Otra vez saca la lengua.

La Intendenta dejó la cortina y miró a todos. Los ojos parecían salírsele de las órbitas. Las imitaciones la habían despeinado totalmente y el buzo del conjunto deportivo se le había subido dejando ver una porción de carne blanca. Gómez le hizo señas con la intención de que se tapara el ombligo, pero la señora no se dio por enterada. 

- ¡Ustedes son todos unos pelotudos! –dijo con rabia contenida.

Después se acomodó la ropa y salió al trote del salón.  Los miembros del honorable gabinete quedaron paralizados y perplejos mirando como su jefa desaparecia por las escaleras.  El primero en reaccionar fue el astuto comisario Fernandez que fue el primero en ver el presunto “anónimo”  recibido por la rubia dama del Salado, arrugado y abandonado en el suelo junto al cesto de papeles. Fernandez avanzó lentamente. Todos miraron.  El policía manejó el suspenso mientras levantaba el papel, se hizo tiempo para lanzar una mirada al sorprendido gabinete, después acomodó el papel, lo leyó, lo dejó sobre el escritorio y con cara de poker se dirigió hacia la puerta y abandonó el salón.

El anónimo decía en una mezcla de mayúsculas y minúsculas:

“USTED SEÑORA Y SU GABINETE SON TODOS UNOS PELOTUDOS”.