AÑO 18

NUMERO 61629

Novela

Año: 11

Número: 548

LA NOVELA MUNICIPAL. "EL BAÑADOR DE LA SEÑORA".

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“Estamos instalando, como todos los veranos, una pileta de lona en la oficina de la señora alcaldesa”. Dijo el arquitecto Blangini mientras iba y venía dando órdenes a la cuadrilla de empleados municipales a cargo del montaje. “Es una pelopincho, agregó el secretario, pero se complica porque no tengo personal especializado, si vemos que no se puede vamos a tener que llamar a licitación”.

- ¿Y para cuando la “Pelopincho”,  Oreste? –preguntó la Intendenta entrando en el salón con una malla enteriza color verde agua y un gorro de goma en la cabeza. .
- Vamos a necesitar más tiempo, señora.
- ¿Cuánto tiempo, che, hasta que se  pase el calor?
- Los muchachos están aprendiendo...

Unos morochos observaban los caños como si estuvieran frente a  un misterio de la ciencia. Probaban con uno que resultaba corto y después con otro que resultaba largo.

- Para que usted no desespere le hemos traído una pileta alternativa, señora.
- ¿Un muleto?
- Un muleto, una segunda opción hasta que armemos la grande.

Blangini señaló una pileta de plástico,  redonda, color verde loro,  de un metro de diámetro y con los con bordes inflados con aire. El contorno coronaba una especie de fuente circular llena  de agua en medio de la cual flotaban unos juguetes y un salvavidas con forma de patito.

- ¿Qué es eso Blangini?
- Es una pileta provisoria hasta que armemos la otra.
- ¿Y usted quiere que yo me meta en “eso”, Blangini? 
- Unos días nada más.
- No se aproveche. Usted sabe que no puedo abandonar la Intendencia porque ni bien deje el sillón se viene Camissi a ocuparlo como tiro. Pero tampoco la pavada. ¿Usted cree que puedo nadar en esa palangana?
- Pero, señora, no sabía que usted quería nadar.
- ¿Y para qué cree que me traje el gorro y las patas de rana?

Efectivamente, Ana María de los Angeles, la alcaldesa de la Suiza de las Pampas,  levantó dos enormes patas de rana y las balanceó frente a las narices del arquitecto.

- Le doy 24 horas Blangini. Si para mañana no tenemos armada la Pelopincho, usted y todos los inútiles que lo acompañan se toman el raje de esta municipalidad.
- Puede darlo por hecho  señora, mientras tanto, me permito solicitarle pruebe la pileta alternativa para que vea que no es lo que usted supone.

El Arquitecto se jugó la última carta para congraciarse con la doña. La alcaldesa dudó por unos segundos. Hacía calor, mucho calor en el salón. El agua fresca de la pileta invitaba a sumergirse. Ana María se colocó las patas de rana. Blangini sonreía cuando le ofreció la mano para acompañarla. La Intendenta hizo unos pasos,  las patas de rana le dificultaban el traslado. Al llegar trastabilló y tocó con la rodilla el borde de la pileta.  El engendro se  movió de un lado a otro como un flan. Cuando se estabilizó la señora quiso ingresar  con precaución colocando una pierna primero. A caballo del borde, levantó la otra pierna y  perdió el equilibrio, con tanta mala suerte que cayó de espaldas totalmente despatarrada salpicando líquido hacia todos los puntos cardinales..

- “Mucho agua” -dijo Blangini, chorrenado agua por las cejas-  “agarren a la señora”. 
-
Los morochos corrieron pero ya era tarde. El piletón se movía como si fuera un monstruo gelatinoso. La señora, con el porrazo,  había desaparecido de la superficie.  Blangini vio una pata de rana a flote y tiró con fuerza para rescatar a su jefa. Los miembros inferiores de la alcaldesa aparecieron pero el rostro continuaba sumergido. “Metete negro y sacala que se ahoga”, gritó desesperado Oreste. Todos los negros, sin excepción,  miraron para otro lado. Nadie quería meterse para no mojarse la ropa. Entonces Blangini, heroico, desesperado,  corrió hasta el escritorio y volvió con un pinche. Le pegó tres o cuatro puñaladas a la pileta y la reventó. El agua saltó como un torrente y a  los pocos segundos la pileta quedó como un globo reventado. En el recinto inundado podía  verse al  proyecto de presupuesto navegando  por el salón. Un poco más allá, la ordenanza del transporte público se hundía junto a las tarjetas navideñas de las vecinales. 

- Mucha  agua, le echaron mucho agua, boludos. –dijo Blangini agotado,  con el pinche en la mano y el rostro desencajado,  como si fuera un asesino serial.
- ¡Blangini, Blangini...! – Era la voz de la alcaldesa que suplicaba desde el suelo, destruida,  boca arriba con las piernas y manos en cruz, cara al cielo y una sola pata de rana.
- ¿Qué desea señora?  - preguntó presuroso el arquitecto.
- ¡Váyase a la puta madre que lo reparió! –
 
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