AÑO 18

NUMERO 61629

Novela

Año: 11

Número: 545

LA NOVELA MUNICIPAL. HOY: EL REGALO DE LA COMITIVA SUIZA.

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Cuando los visitantes suizos llegaron al Municipio  la señora alcaldesa se encontraba de bastante buen humor, casi alegre, la hora del vermú había concluído y la llegada de la comitiva del Cantón de Valais coincidió justo con un tiempo muerto.  "Prefiero charlar un rato con estos gringos que aburrirme sola como un hongo" pensó Ana María mientras saludaba al que parecía ser el jefe del contingente.  Los tipos saludaron en un idioma extraño y la señora, aunque no entendió un pomo, asintió con la cabeza.  "En qué hablan" le preguntó a Gomez que repetía "Oui, oui, oui" como un loro. El tenedor de libros entonces le dijo que le parecía que hablaban en francés.  La señora sonrió y también dijo "oui, oui, oui".
El fotógrafo Dos Santos sacó tres fotos, una de conjunto, otra a una mujer vestida de aldeana y la última a un hombre con un sombrero verde. Uno de los suizos que hablaba castellano defectuoso le preguntó a Dos Santos si tenía algo que ver con la serie "La Isla de la Fantasía", Dos Santos creyó que lo estaba cargando, le dijo que "no" y se alejó molesto. 
-Señora alcaldesa -dijo el suizo de sombrero verde en un castellano que dejaba bastante que desear- de parte del alcalde del Cantón de Valais queremos dejarle este presente con los saludos de todo el pueblo valesano.
El tipo se acercó a la Intendenta con una caja enorme que sostenía con ambas manos. "Gracias, no se hubieran molestado"  dijo la señora señalando el escritorio para que deposite el obsequio.  Todos hicieron un respetuoso silencio aguardando que la Intendenta abriera el regalo. Ana María relojeó a cada uno de los presentes y de inmediato rompió el papel del envoltorio, apareció una caja verde, blanca y colorada que contenía un objeto brilloso que parecía ser un sombrero de metal.
La señora terminó de sacar el objeto de la caja mientras leía un pequeño folleto donde se informaba que el adminículo era muy antiguo y se usaba para colocar en la cabeza de la oveja que hacía las veces de "oveja madrina" y cuya función era mantener unida a la manada.  La señora sonrió y sacudió la cosa haciendo sonar los numerosos cascabeles que colgaban del esperpento. Después en un movimiento tan jocoso como sorpresivo se lo colocó en la cabeza, se sacudió con gracia y lo hizo sonar provocando la risa de todos los extranjeros.
- Qué raro que no tenga agujeros -dijo Ana María.
- ¿Agujeros para qué?  -preguntó alarmado y mirando para todos lados Gómez.
- ¡Para las guampas Gómez, para las guampas! -Contestó con violencia la señora ante el asombro de la comitiva que dejó de reirse de inmediato.
- Señora, por favor, las ovejas no tienen guampas.  -dijo Gómez con una sonrisa incómoda.
- ¡No me contradiga delante de gente extraña Gómez, no sea guampudo!
- ¡Más guampuda será usted señora! -le dijo Gómez.
- Gómez, no le voy a permitir que se insubordine, la puta que lo parió.
- Usted sabe que detesto que me llamen cornudo.
La señora Intendenta visiblemente molesta había inflado sus cachetes y se soplaba el flequillo con los ojos inyectados en sangre. Los suizos presentes no lo podían creer,  eran testigos involuntarios de un entredicho entre la jefa de la ciudad y uno de sus empleados. La música de fondo la ponía el cencerro que sonaba a cada rato en la testa de la alcaldesa. A la doña se le habían subido los colores de los cachetes que iban del naranja al violeta. Para colmo la incómoda situación le había hecho olvidar que en su mollera todavía portaba el enorme cencerro que atronaba con sus ruidos a cada movimiento.
- Está confundido Gómez. Yo le dije guampudo no cornudo. -dijo Ana María y el cencerro sonó.
- Para el caso es lo mismo -dijo Gómez.
El Tenedor de Libros se había colocado a prudente distancia de la alcaldesa cuidándose de que el escritorio quedara entre ambos. Miró a los presentes y sonrió seguro, como diciendo "que no pasaba nada y que todo estaba normal". La señora se arrojó sobre el escritorio con cara de guerra y lanzó un manotón tratando de alcanzarlo. Lo único que consiguió con ese movimiento es producir un escándalo de proporciones con el cencerro ovino que tenía en la cabeza.   Gómez lanzó una carcajada y se animó con un "¡Ole!", por si esto fuese poco para enfurecer a su oponente, se tentó de risa hasta las lágrimas ante el gesto fallido de su jefa. La señora, por suparte, al ver que el otro no paraba de reírse, se despojó del cencerro y se lo arrojó con violencia a Gómez por encima del escritorio.
- ¡Tomá mierda! ¡Reite ahora, guampa..!
El tenedor de libros se agachó con elegancia lanzó otro "¡Ole!" más burlón que el anterior y el proyectil pasó chillando por encima de su cabeza, con tanta mala suerte que fue a dar en la parte baja del suizo del sombrero verde.  El gringo se dobló en dos y se desparramó en el suelo del salón.  "Llamen a Elena" dijo Dos Santos y salió corriendo. "Que haga flexiones" dijo la señora.  A todo esto, el único que hizo algo fue Gómez, que le había tomado al herido los tobillos y le movía las piernas hacia adelante y hacia atrás.
- ¡Gómez, no sea cornudo carajo, sáquele el cencerro de entre las piernas, che...!
Eso fue lo último que ordenó la señora a su subordinado molesta quizás porque el cencerro trinaba con cada flexión de rodillas del lesionado. Cuando llegó el doctor y candidato Víctor Elena, el suizo del sombrero verde ya estaba de pie, mejor, aunque agarrándose la bragueta con las dos manos. "¿Qué pasó?" preguntó el médico.  La Intendenta le pegó una patada al cencerro y se retiró del salón. 
 
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