AÑO 18

NUMERO 61629

Novela

Año: 11

Número: 544

LA NOVELA MUNICIPAL. HOY: "LA INTENDENTA DUERME"

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La señora roncaba con la cabeza apoyada sobre una pila de reclamos de la vecinal Sur. A un costado del escritorio había un sifón de soda por la mitad.  Sobre un expediente con la cotización del metro cuadrado de ripio descansaban tres platitos, en uno quedaba  todavía una aceituna negra con un mordisco, en los otros dos no había nada. En el suelo junto a la pata de una silla asomaba un poroto a la provenzal.  En el cesto una botella  de Cinzano con el pico para abajo.

- Vamos a tener que despertarla –dijo el arquitecto Blangini a la secretaria.
- Yo no la despierto –dijo la chica.
- ¿Cómo que no la despierta? ¡Señorita, le ordeno que la despierte!
- Ni loca –dijo la mujer y salió rápidamente del recinto.

Ahora la alcaldesa roncaba más fuerte que antes. “Es el vermú” pensó Blangini. El Tenedor de Libros Gómez ingresó al despacho con un plumero y se acercó al lugar donde dormía la Intendenta en puntas de pie.

- ¿Qué hace Gómez, para qué el plumero?
- La voy a despertar con el plumero.
- No entiendo – dijo Oreste achicando los ojitos.
- Le arrimo una pluma a la nariz y se despierta
- ¿Está seguro, che,, no provocará una catástrofe?
- Mire, no hay opción porque tiene la cabeza sobre la chequera.

Gómez levantó el plumero y lo apoyó sobre el escritorio. Los ronquidos de la primera dama eran realmente amenazadores. El tenedor de libros reculó amedrentado por el ruido,  sin embargo, aunque un poco temeroso por los resuellos, hizo girar el plumero cerca de las fosas nasales de la alcaldesa.  Cuando una de las plumas tocó la zona sensible, la señora frunció la nariz como si fuera a estornudar y lanzó un chiflido aterrador. Gómez se asustó y retrocedió de golpe tumbando un perchero.  “¡A la mierda!” dijo y le tiró el plumero a Blangini. “Pruebe usted arquitecto”, susurró mientras se secaba la frente con una ordenanza.  

- Mire Gómez mejor la dejamos dormir no vaya a ser cosa que hagamos macana.
- Imposible, necesito la chequera para pagar el corte de yuyos en el parque industrial.

Blangini levantó el plumero comprendiendo que no había más remedio que mover a la Intendenta de ese lugar. Se arrimó con cautela hasta el escritorio, apretando los dientes y los esfínteres para no fallar. Fue entonces cuando vio la soda.  El pico del sifón apuntaba directo a la frente de la señora, ni siquiera había que moverlo, bastaba con apretar el gatillo y asunto concluido.  “Si nos ve nos mata” le dijo Gómez en un hilo de voz al advertir las intenciones del arquitecto. Blangini insistió y obligó al Tenedor de Libros a acompañarlo en la tarea. Avanzaron los dos en cuatro patas hasta el escritorio, cuando llegaron a una de las esquinas se levantaron despacio y se aseguraron de que la señora siguiera durmiendo. No había duda, la reina madre roncaba como nunca. Gómez levantó el brazo derecho y acomodó el sifón apuntando a los ojos de la alcaldesa.  Cuando el objeto estuvo en posición le hizo una seña con la cabeza a su compañero,  la mano de Blangini se elevó como una garra buscando el gatillo. Los dos secretarios cerraron los ojos y entonces el arquitecto disparó como diciendo “que sea lo que Dios quiera”. Un chorro escuálido, amarrete, más acorde con un enfermo de próstata que con un sifón de Arena y Compañía surgió del orificio como un lamento líquido.  Apenas mojó la madera. Cuando los dos funcionarios abrieron los ojos y miraron la escena solo atinaron a abandonar el lugar en silencio. Solo se escuchó en el salón el chirriar de los zapatos de Blangini y los ronquidos feroces de la alcaldesa.
 
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