Viernes 4 de mayo

La verdad,  uno se acostumbra a todo y le estoy agarrando el gustito a esto de convertirme en perro. Para algo sirve. El único problema son los vecinos, hay uno que vive cerca de mi casa, un tipo empeñoso pero con pocas luces que todo el día se anda quejando porque dice que le corro las gallinas.  Mi vieja, Alcira, le dice: “Déjelo don Hugo (porque así se llama el coso) no lo haga sufrir al chico, que ya bastante tiene con su desgracia...”

El asunto es que don Hugo se dio cuenta que no ando por el gallinero solo por las gallinas. La hija del viejo, Mireya se llama, es muy aficionada a las gallinas. Mireya las cuida, les da de comer, le peina las plumas, las ayuda a criar los pollitos, se lleva tan bien con las gallinas que poco a poco se fue quedando a vivir en el gallinero.

La hija del vecino me tiene loco. Estoy “cebau”.  Puede ser que algunas noches se hayan escuchado alaridos en el gallinero.  Confieso que hubo noches en que los cacareos de las gallinas se escucharon en el barrio.

El que parece no estar de acuerdo es el gallo. Está celoso y no deja dormir a nadie. El bicho no quiere que la visite a Mireya todas las noches. Una noche los vecinos que, según parece, llevan varias noches sin dormir,  seguro escucharon ruidos de la pelea que tuve con el gallo. Ese lío que se armó hizo que don Hugo se lleve a su hija a Entre Ríos donde hay muchas gallinas. También es posible que se haya enojado porque el gallo no cantó más.