AÑO 18

NUMERO 61629

Opinión

Año: 1

Número: 48

"Odiosas comparaciones..." por Edgardo Ferrero

La gente de la ciudad se ocupa de trabajar. La gente de la ciudad se ocupa de estudiar, de hacer sus cosas. Hasta hace unos días nadie se acordaba de los enredos políticos de uno y otro partido. Los entripados de los partidos que supuestamente representan al 90 por ciento de la gente. La gente estudia, trabaja, piensa en como pasar el día lo mejor posible. Sin demasiados sobresaltos. Los políticos son útiles cuando se ocupan de hacer feliz a la gente, cuando pasan desapercibidos, cuando nadie se acuerda de ellos. Tal vez ese y no otro sea el secreto de la política, trabajar en silencio, acordar proyectos para todos y publicitar su realización. "Vean señores, los distraemos de sus tareas un segundo para decirles que hemos conseguido esto para ustedes. Algo bueno para todos ustedes."  

Cuando los políticos entienden la política como una guerra implacable y brutal cuyo único objetivo es destruir al adversario, la gente se cansa, se harta, se deprime. Parecería que algunos políticos no solo dejan de construir, de hacer, sino que dirigen sus cañones a la destrucción de todo lo que pueden, y no importa si con eso perjudican al resto de la población, no, destruyen igual, con un odio y una crueldad sin límites. Parecería que su metodología de trabajo consiste en sentarse a conciliar la destrucción de algo o de alguien. Y luego salir a gritar temerariamente radio por radio, con el solo afán de manchar con la sangre de la víctima elegida a los que consideran sus enemigos. Destruir. Aniquilar es la consigna. Dinamitar a uno para salpicar a todos los que se pueda. Y así, destruyendo a uno y a otro, no se hace nada, solo se desbarranca lo que está hecho.

¿A quién destruiremos hoy?  -se preguntan-

A este, a aquél, a este otro, busquemos como destruirlo, busquemos como masacrarlo, pongamos en duda su honor, su conducta, sus ingresos, sus egresos, un poco de verdad, mucho de mentira, odio, rencor, rabia...
Y esto no pasa tan lejos de acá,  sucede en la ciudad. O acaso no perdimos tiempo discutiendo por una ley que se derogó. No nos acusamos mutuamente de contaminadores, culpables de provocar terribles enfermedades, desalmados, imprudentes y otras barbaridades que hasta un necio se da cuenta que solo nos hicieron retroceder, retroceder y retroceder. Mientras las ciudades vecinas defendían a muerte sus fuentes de trabajo nosotros las queríamos destruir.  Enfermos con la dialéctica del amasijo, la práctica del suicidio colectivo, fuimos por un tiempo la única ciudad que se empeñaba en fundirse por gusto, porque si, como si nos hubiera picado el bicho de la autoflagelación.  ¿Nos amasijábamos para ver quién mandaba en el gallinero?.  Una vergüenza.
Hoy vemos sobre el amanecer de Bagdad renacer la vieja estrategia de acusados y acusadores. Lamentable espectáculo que denigra a los victimarios. Que humilla a las víctimas. Otra vez la lucha sin fin. La acción de unos y la reacción de otros. La política enana de los que necesitan deshacer. La política de los que parecen juntarse para ver a quién o a que cosa destruirán en el día. De los que necesitan convocar a la muerte para vivir. Los que tienen al mundo recortado en el molde rígido de sus cabezas y -amalaya- nos quieren meter a todos dentro, violentándonos para cumplir el imposible berretín de adaptar la gente a sus locuras de poder infinito.  ¿Qué podemos hacer frente a este nuevo Judas suelto entre los hombres, con un poder de destrucción como nunca ha sido visto? Nada. Es imposible, impensable para nosotros intentar la más mínima cosa. Además, Judas termina ahorcándose. Se mata solo.
 
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