AÑO 18

NUMERO 61629

Novela

Año: 1

Número: 11

DEJAMOS EL CAPITULO DOS HASTA EL AÑO QUE VIENE

Novela/capítulo dos/Edgardo Ferrero
Pequeño resumen del capítulo anterior: Unos hombres llegados de la capital (enviados por enemigos innombrables) se apersonan en la Muniblanca con la intención de ridiculizar a Caponino con una cámara oculta que lo mostraría en paños menores. El jefe gringo se da cuenta y compra la voluntad de los enviados. 
 
LA NOVELA DE LOS ESPERANTOS. CAPITULO II

Los misteriosos acontecimientos que inquietaran a la excelsa cofradía oficial, comenzaron por preocupar al capo máximo de los esperantos, siguiendo (de inmediato) con su secretario Chuky, para llegar  -mal que nos pese- a angustiar con sus detalles, los espíritus de todos los operarios que van y vienen portando papeles en la augusta Muniblanca. Las reuniones se sucedieron una tras otra con la porfiada intención de dilucidar origen y causas de aquel (¿artero?) ataque al señor del Salado, pretendiendo herirlo (¡Oh, malditos!) en su costado más débil, o sea su honra, honor y (más que nada) en imagen, pinta y cuidado.  Virtudes opcionales, estas últimas, que se hubieran ido al joraca (perdón: ¿"carajo se dice?), con la sola exhibición de la ridícula escena del Batman gringo, bailando en tarlipes frente a todas las vecinas y vecinos del reino.
-No creo que sea para tanto gran señor. La vida actual es una afiebrada sucesión de presentes y una cosa reemplaza a la otra en un instante. Nadie permanece en el imaginario colectivo más de unos fugaces instantes...
-¿Ni siquiera yo,  desnudo y con el pistolín bamboleante, en la pantalla del canal de Barredera, a la hora de la cena?
- Ni siquiera usted, señor.
La respuesta del Secretario pareció desilusionar al gran jefe Caponino. ¿Su autoestima fue herida? ¿Acaso hubiera preferido la fama a toda costa aún con la condición de derrochar físico y achuras a diestra y siniestra? Nadie lo sabe, pero el hombre entró en corta melancolía y pareció desentenderse por un instante de la realidad circundante. Tal vez por esa razón tardó en percatarse de la presencia del visitante de la oposición Luigi Heil Von Meyeban que, parado frente al gran escritorio imperial, lo miraba duramente (algo cejijunto para mi gusto) y con los dientes apretados exponiendo a las claras agresividad, ferocidad animal, violencia contenida o como se pretenda llamarle. La cosa es que cuando Caponino vio al otro frente a él se sobresaltó. O mejor dicho se asustó pegando un salto en el mismo lugar como si hubiera visto al "cuco".
-¡Epa! ¡Upa, que susto che, buenos días...!
- Ufa. -El otro, al parecer muy molesto, solo gruñó como única respuesta-
- Pero, que hermosa sorpresa,  amigo Luigi ... ¿por qué no se sienta, che?
El Luigi, como le decían en casa, no se sentaba porque no podía. Fue en ese instante, es decir,  cuando le dijo a su visitante que tomara asiento en que el Jefe esperanto supo por qué Von Meyeban no se sentaba.
-¡Señor mío! ¡Vaya calamidad! ¿Qué es esto? ¿Se puede saber por qué razón está usted en paños menores? 
- ¡Eh! ¡Ah, sí, gran señor...!  -Se apresuró a contestar Chuky - Por razones de seguridad, señor, son nuevas disposiciones del Custodio oficial del reino.
- ¡Qué venga el custodio de inmediato!
Mientras el secretario se ocupa de ubicar a  "el cordobés", pata de plomo y custodio oficial de la ciudad de los esperantos, aclaremos que el señor Luigi Meyeban se encontraba en medio de la habitación, propiamente como Adán,  apenas cubiertas sus partes (¿pudendas?) por una toalla blanca. Las pantorrillas al aire del gringo mostraban a contraluz una pelambre rebelde y enrulada que (evidentemente) lo avergonzaba y lo desestabilizaba hasta la mastitis.
-¡Señor sí, soldado el Cordobés presente, reportándose señor!
El "pata de plomo" en posición de firme y cara de guerra se había presentado en ese instante. Su ronca voz de mando se lució con dos  o tres movimientos militares (¡Izquierda izquier! ¡Derecha derech! ¡Firrr mes! Y todo el repertorio colimba ya conocido por los reservistas argentinos), el caso es que el custodio seguó con su espectáculo de orden cerrado hasta que fue interrumpido a los gritos por el Capo de todos los Capos que lo miraba fijo y algo de rabia.
-¡Quieeeee...to! ¡Baaasss....ta! ¡Fuiiiii....ra! -arriesgó Caponino pero el pato bica, lejos de detenerse pareció entusiasmarse aún más ante las órdenes de su jefe.
-¡Señor Chuky, por favor, como se detiene al custodio! 
- ¡Atención! -gritó de pronto el secretario. El otro se congeló. Los dos hombres se miraban con cara de acreedores con ganas de cobrar. Hubo una ligera pausa hasta que Chuky remató con la orden justa.- ¡Desssss....canso!.
- ¡Aaaah! ¡Gracias a Dios se detuvo...!
-De nada señor.
-No le hablaba a usted secretario, le hablaba a Dios.
-Disculpe gran capo.
-Solo dije "gracias a Dios..."
-Creí que se dirigía a mí.
Ahora la escena presentaba a tres hombres quietos mirándose con franca actitud, digamos, "rotativa",  o sea, El Robín Hood de la pampa mirando fijo al custodio, el gran Chuky, con una mirada de taladro eléctrico, relojeando tanto a uno como a otro y Von Meyeban, con las manos protegiéndose las verijas, sin poder creer lo que veía. En ese instante fue cuando Caponino habló y dijo:
-¿A que se debe señor custodio el aspecto a todas luces "inconveniente" de mi amigo Luigi Von Meyeban, si se puede saber...?
- A sido revisado y despojado de sus ropas para más seguridad, señor.
- ¿Y por qué tanto celo señores?
- Los hechos por todos conocidos señor.
- ¿Hechos? ¿Qué hechos?
- Cámara oculta gran califa...
-¡Ah! Disculpe... pero no era necesario sacarle la ropa ¿O sí..? Pero, estimado Luigi, olvidemos por un instante su indecoroso aspecto y dígame que lo trae por aquí...
- Perdón -dijo Luigi mordiendo las palabras-, pero debo presentar una queja antes de que hablemos...
- ¡Ah! ¡Una queja! -el jefe esperanto quemó con la mirada al custodio-
-¿Una queja? -se sorprendió el pato bica-
- ¡Si Señor pata de plomo, una queja! -gritó Von Meyeban con los ojos inyectados en sangre-
- ¡Oh!
-Sr. Caponino, debo decirle que la revisada a que me sometió su custodio tiene algunos aspectos que usted desconoce...
-¿Qué desconozco? ¡Hay acaso más, señor Chuky!
-¡Si! -Volvió a gritar Meyeban- ¡Hay más y no pienso callarlo señores!
- ¿Qué es lo que pasa señor Chuky? -preguntó el jefe máximo-
- Nada gran señor, el custodio...
-El custodio qué... ¿Qué es lo que ha hecho Usted si se puede saber?
El custodio, con el rostro impertérrito, parecía mirar fijo el cuadro de Roca que se mostraba gigantesco sobre la pared del fondo del gran salón. Caponino levantó la cabeza lentamente y se dirigió al guardaespaldas interrogándolo con la mirada. 
 
-¿Señor?
- ¿Qué ha sucedido con Sir Von Luigi, señor cordobés?
Se hizo un corto silencio,  después del cual, el otro habló mirando el piso como un alumno frente a su maestro.
-Papillón, señor...
-¿Papillón qué Papillón...?
- El libro que usted me prestó gran jefe...
-¿Qué? ¿Eh? ¡Ah, Papillón...! Pero, usted no habrá... -Los ojos del gran capo se salían de sus órbitas-
- Hay cámaras muy pequeñas hoy en día señor, debemos asegurarnos...
Durante los días que siguieron tanto Chuky y sus oficiales, como el mismo Caponino, (Señor de los anillos esperanto, el Zorro de la pampa) se esmeraron en atenciones hacia el visitante. Sir Von Luigi Megevan, distinguido patricio, sumo pontífice conservador y prolijo comerciante que sufriera los abusos del estricto reglamento de seguridad que se instituyera por decreto de necesidad y urgencia (en un momento de bronca) por el mismo jefe gringo, fue reparado en sus daños proveyéndosele de ropas flamantes adquiridas en la Tienda Oficial "La Favorita". Ropas que estricamente controladas por oficina de compras y que una vez punteados los artículos resultaron ser los siguientes, a saber: Una camiseta de frisa, un calzoncillo suspensor tipo "Casi", medias chicle color té con leche, un pantalón de vestir gabardina verde militar, una camisa parda tipo "Ombú", un rompevientos color a elección y un par de botines "Patria" suela tipo tractor que le dicen. Desde ese día, el gran Califa  no volvió a prestar jamás un libro. Casi de inmediato, en la madrugada del día que siguió a tan infortunado incidente, ordenó incinerar la gran novela de Henri Charriere, intitulada "Papillón", acto que se realizó bajo la supervisión del mismo Caponino en la discutida ladrillería del gallego García sita en las afueras de la ciudad. Hay foto. The End.
(Por supuesto, continuará)
 
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