AÑO 18

NUMERO 61629

Novela

Año: 4

Número: 208

¡LA NOVELA ESTÁ QUE ARDE! ¡TERRIBLES DÍAS EN EL MUNICIPIO! ¡LA ALCADESA ACORRALADA QUIERE TERMINAR DE UNA VEZ POR TODAS CON SUS PENAS! ¡IMPERDIBLE CAPÍTULO!

Aquella mañana llegaba demasiado ruido desde arriba, desde la oficina de la mandamasa del Salado. Si bien era común oír el griterío con que la Alcaldesa reclamaba lealtad a los miembros del "rejuntado", lo que se escuchaba esta vez era el colmo. Casi podría decirse sin miedo que los ruidos se correspondían con golpes, trompadas y algunas patadas contra el piso propias de un tropel de perros que pugnaban por la propiedad de alguna porción de comida. Ya cuando el ordenanza subió por las escaleras portando la bandeja con el cafecito y la copita de grapa para la gran dama el batifondo se escuchaba en todo el palacio. Ni que hablar cuando el mismo empleado retornó corriendo por las escaleras, con la lengua afuera al compás del ruido ensordecedor de las latas de la bandeja que golpeaban una y otra vez contra las paredes y los escalones.

- ¡La señora se quiere arrojar por los barandales del Municipio! – dijo el empleado exhausto y con los ojos fuera de las órbitas.

- ¿Se quiere suicidar? –preguntó un vecino que integraba una cola interminable para que le cambien una lamparita en el barrio sur.

- ¿Suicidio? –la tremenda palabra sonó como un tiro de escopeta entre los presentes que sospecharon de inmediato la promesa de segura diversión. 

Todos los que estaban en el pasillo corrieron a la vereda para averiguar que pasaba, dispuestos a no perderse nada, seguidos por los empleados de rentas quienes saltaron el mostrador uno a uno y ya en el exterior inclinaron la cabeza con desesperación en dirección a los balcones que daban al despacho de la Intendenta.

Los integrantes del grupo inicial, unas amas de casa, dos o tres ancianos y una jovenzuela, al que se le agregaron no pocos curiosos entre los cuales se encontraban los tres jubilados que ocupan (sin fallar un solo día) el banco frente al Municipio, gritaban desesperados señalando hacia arriba. Debemos decir en honor a la verdad que los municipales, incluidos los tres jubilados, se sonreían con cierto desparpajo mientras observaban lo que sucedía en el balcón. También es necesario reconocer que varios de los testigos no ahorraban carcajadas y hasta hubo alguno que se agarraba el estómago descompuesto de la risa y sin poder contener las lágrimas ante la escena que estaba presenciando.

Allá arriba, despeinada y presa el descontrol la señora alcaldesa forcejeaba en el balcón intentando (sin éxito) levantar la (regordeta) pierna derecha para acaballarse a la baranda. Impedida, (la exaltada jefa) en sus movimientos por la acción solidaria, heroica (y esforzada) del edil Piqui Andreoli quién pugnaba por impedir que la Gran Dama cumpla con su tenebroso objetivo. La fuerza que le exigía la tarea al corpulento concejal había logrado desencajar bastante su rostro y desarreglar su impecable vestimenta a tal punto que ya se encontraba mordiendo con cierta ferocidad la corbata a lunares que, según los curiosos presentes, le habían regalado para el día del padre.

-¡Déjeme, señor Andreoli! ¡No sea pelotudo hombre...! -gritaba la señora mientras trataba de liberarse de los brazos del grandote, quién a esta altura de los forcejeos tenía la camisa afuera y había perdido un zapato.

- ¡La soltaré si me asegura que se va a quedar quieta! – gritó Andreoli escupiendo la corbata.

Un codazo de la la alcaldesa aplastó la nariz de Andreoli que rugió de dolor aunque no tuvo tiempo de distraerse porque vio venir la rodilla en dirección a su cintura que debió amortiguar con el antebrazo. Resollaba el concejal, mientras los de abajo aplaudían, hacían chistes, apostaban y habían traído una frazada con la cual pretendían amortiguar la humanidad de la Intendenta en caso que se arrojara por la baranda.     

-¡Déjela concejal que nosotros la abarajamos! -le gritó un sodero que había estacionado el tractorcito en medio de la calle. 

Los que estaban en la vereda extendieron la frazada y la sacudían mirando hacia arriba donde Andreoli y la primera dama parecían enredados en un abrazo peronista.  

-¡Mami no te tires que ganó Reutemann! – le gritó desde la vereda uno que dijo ser el yerno de la primera dama.

La voz aflautada consiguió llamar la atención de los testigos que procedieron a soltar la frazada para identificar al nuevo personaje que se presentaba para impedir la fiesta. Un sujeto de impecable figura con un tatuaje en la tetilla izquierda y un diente de oro, movía los brazos tratando de llamar la atención de Mamá Juniors.

Cuando escuchó la noticia la gran señora dejó de patalear y miró hacia abajo tratando de ubicar al que la llamaba "mami". El yerno levantó la mano y le repitió "que había ganado el Lole, que se quedara tranquila y que en todo caso se tirara del balcón en otra oportunidad..." El señor Andreoli que ya tenía la bragueta abierta y el pantalón mucho más abajo del lugar donde debería estar pareció agradecer con un gesto y aprovechó para recomponerse. Pero no había alcanzado a acomodarse la camisa  cuando al pariente de abajo se le ocurrió agregar mirando a la alcaldesa:

- ¡No te tires, plis, pensá en Elena, mami!

Fue en ese momento que la primera dama, seguramente por haber pensado en lo que le sugerían que piense, empezó a encarar el barandal con más fuerza e ímpetu que antes, gritando con fuerza "que todos la había "cagado" (sic, perdón) y que no valía la pena continuar sufriendo al pedo (sic, sic)..." mientras se sacaba la vincha y manoteaba los fierros del balcón con evidentes ganas de arrojarse al vacío. La señora levantó sus extremidades por turno, con curiosa violencia, dos veces, tratando de enganchar la pierna en los arabescos para descolgarse como un planeador y estrellarse en la vereda. Debemos reconocer que la acción decidida de Andreoli evitó que la Intendenta cumpliera con su fatídica determinación.

-¡Le agarré una pata...! –gritó el concejal eufórico con el cinto en la mano.

- ¡Déjeme Andreoli, no sea chiquilín! –gritó con rabia la señora que ya tenía las medias en los tobillos.

Los de abajo aplaudieron cuando el grandote pudo por fin atarle una pierna con el cinto a la primera dama y arrastrarla hacia adentro del salón boca abajo y con las faldas por encima de la cintura. Por los ventanales abiertos se escucharon los últimos lamentos y algunos ruidos sordos que culminaron con la presencia en el balcón del asesor estrella del Municipio quién saludó con una reverencia a los curiosos que le gritaban "¡tírese doctor Chapatín, que se tire, que se tire...". Acto seguido, el abogado, se retiró reculando mientras decía "que la escena había terminado" y sin dejar de saludar desapareció por el hueco cerrando herméticamente los ventanales.

La ciudad empezaba a mover su modorra, hombres y mujeres, aguardaban expectantes en sus negocios rogando que alguna de las escasas almas compradoras ingresera a sus locales, aunque sea para matar el aburrimiento. Mientras tanto unos cuantos esperancinos, frustrados otra vez por su Intendenta, doblaban prolijamente una frazada en la vereda de la Municipalidad. "Debió tirarse", dijo un vecino del Sur, "es tiempo que le de oportunidad a otro...". The end.
 
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