AÑO 18

NUMERO 61629

Novela

Año: 4

Número: 193

LA NOVELA DE MAMÁ JUNIORS. HOY: "DON DIEGO DE LA VEGA"

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"¡Señora, señora, excelencia, paso, paso por favor, dejadme pasar .... !"

El que gritaba con desesperación abriéndose paso por las escaleras, era el honorable e impoluto Tesorero del Reino a quién el vulgo maloliente apodaba con cierta envidia "Titín, el caimán" , el hombre corría como si el mismo diablo le pisara los talones y entró atropellando las puertas del Salón de los grandes entripados sorprendiendo a su Graciosa Majestad en su hora de relajación mientras recibía masajes envuelta en hojas de parra por parte de su asistente el Gurú Josefo Gimenez quien en ese instante tenía envaselinada por completo a la gran dama y envuelta con toallas en medio de una humareda considerable.

"¡Señora, señora! ¿Dónde está la señora Mamajuniors!" - gritó manoteando la nube de humo el tesorero.

"¡Acá estoy, que carajo se le ofrece, che, será posible que ni masajearse tranquila me dejan!"

El tesorero al escuchar la voz de su jefa se arrojó al piso reprimiendo el llanto que le provocaban los vapores que venían del escritorio mezcla de extraños aromas de incienso con aceite verde del vestuario del Fortín de las Cavas.

"¡Señora, algo gravísimo está ocurriendo en la comarca! ¡El nuevo edecán que se ocupa de la limpieza del reino, el que se hace llamar Don Diego de la Vega, ha puesto un ejército de esclavos a limpiar los excrementos de gran plaza San Martín"

"Hemos terminado con la espalda... ¿continuamos con el reverso, anita?" - Preguntó de pronto el masajista.

"¡Continúe, señor Gimenez!"

Por orden del masajista dos forzudos y aceitados ayudantes tomaron a la señora de los brazos y de las piernas y la dieron vuelta, se entiende que la Gran Pachamama se encontraba en posición "boca abajo", estado en el cual le era imposible ver el rostro desencajado el tesorero.

"¿Qué cosa me estaba diciendo señor Titín?" - interrogó la Gran Dama mientras se apartaba un fleco de la toalla que le colgaba entre los ojos.

"Señora, el señor Diego de la Vega, está despilfarrando los dineros de Palacio"

"¿Quién es Diego de la Vega?"

"Señora, Diego de la Vega es uno de sus ayudantes, el que reemplaza al señor de La Cueva"

"¿Diego de la Vega? Me suena, no le decían así al Zorro..."

"Sí señora, así le decían..."

"¡No me diga señor Titín que hemos contratado al Zorro!"

Debemos decir en defensa de la señora alcaldesa, que la misma estaba participando de esta absurda conversación acostada "boca arriba" , sobre el escritorio, cubiertas sus partes con gruesos toallones y envuelta en una espesa niebla que surgía de los inciensos y pastillas aromáticas que el masajista había arrojado sobre un brasero.

"Decía, señora - insistió el Tesorero- que si el Secretario de servicios públicos continúa con el viva la pepa nos quedaremos sin efectivo para cobrar nuestros modestos honorarios"

"¿Y qué está haciendo el coso ese, si se puede saber?"

"Cambia los focos, baldea la plaza, corta los yuyos y pone en marcha los camiones que estaban rotos..."

"¿Y eso está mal?"

"Está muy mal, sera, porque todo lo que hace cuesta un ojo de la cara..."

La contestación quedó pendiente porque el masajista había cubierto con una espesa crema toda la anatomía de la Primera Dama dejando su boca sepultada tras un espeso fango blanco que impedía la emisión de sonido amén de tragarse una porción del estropicio. La escena era infernal y la jefa de estado se debatía en el escritorio que hacía las veces de un altar de sacrificio entre la nebulosa que emergía de los braseros y el barro blanco que la cubría a tal punto que le impedía respirar. Fue en ese infortunado momento que el masajista zampó un mazacote del producto en los orificios de las delicada nariz de la Gran Dama obligándola a gritar con desesperación y violencia ya que eran los únicos agujeros con que contaba la señora para respirar.

"¡Socorro, socorro, me ahogo, sáquenme eso de la nariz..."

Los gritos rebotaron por las paredes, hicieron eco en el hueco de las escaleras y alarmaron a los funcionarios presentes en palacio, a tal punto que uno de ellos, rápido como una pelotita de nervios entró como una tromba en el despacho de la Alcaldesa y tomando el extinguidor de incendios encaró la humareda accionando el aparato, creyendo, quizás, que la Intendenta se estaba prendiendo fuego. Todo fue tan rápido que nadie atinó a parar al intruso mientras escrachaba con espuma a la gran pachamama.

La escena final, una vez despejado el vaho que cubría la habitación, nos mostraba a la gran señora del Salado cubierta como un copo de nieve y al famoso señor Diego de la Vega portando el matafuego que había vaciado encima de su jefa.

"¡Señor De La Vega, sepa que la carga del extinguidor se la voy a descontar del sueldo, además, por haberme embadurnado con ese aparato, le voy a decir a todos en este pueble que usted es ni más ni menos que El Zorro en persona...!"

La mañana se extinguía en medio de un concierto de cepillos que iban y venían limpiando los desechos de los pájaros cagadores en la Plaza principal. Mientras tanto una brisa suave sacudía el flequillo de Josefo Gimenez, masajista oficial del Reino, que renegaba liberando a la señora Mamá Juniors (la gran dama del salado) de los tupidos copos de estropicio blanco, usando una espátula que había conseguido en la cocina. Desde ese nefasto día la señora prohibió el incienso en toda la extensión de su reino.
 
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