AÑO 18

NUMERO 61629

Novela

Año: 4

Número: 189

LA NOVELA DE MAMÁ JUNIORS. HOY: ¡SI LLUEVE ESTAMOS FRITOS!

Aclaración imprescindible: sabido es que en la ciudad de Esperanza, Provincia de Santa Fe, República Argentina, ciudad que se hace llamar "La Suiza de las Pampas" de un tiempo a esta parte gobierna una Alcaldesa. No pocos inconvenientes tiene la susodicha Excelencia con regir los destinos de los díscolos esperancinos, para que también la naturaleza se ensañe con su reino y cuando tiene que llover poco llueva mucho. Eso es lo que ha pasado y cuando todo estaba tranquilo, las aguas, cual una de las siete plagas que azotan al justicialismo, atropellaron contra las sencillas viviendas de los vecinos que no ahorraron insultos (y duras puteadas) para con la Intendenta y sus amigos. Lo que sigue es solo una escena de tan tremendo meteoro.
 
-¡Señora, señora! -gritaba en medio del vendaval uno de los empleados de la Farmacia Perín que venía nadando a la altura de la calle Crespo- ¡Acá señora, ayuda, por favor ayuda...!

La señora Alcaldesa recorría las calles de la ciudad verificando si efectivamente se inundaban con unos pocos milímetros de agua caída o todo era una operación de la contra encabezada por Fascendini y sus amigos.

- ¿Quién grita pidiendo ayuda, señor Marino? - preguntó la Intendenta haciendo visera con la mano y moviéndose peligrosamente en la piragua que había conseguido en el Club de Caza y Pesca.

-¡Allá señora, un poco más allá del Club Esperancino, alguien viene nadando! - Dijo el secretario Marino mientras señalaba con el remo hacia el oeste.

Uno de los empleados de la Farmacia Perín venía nadando y a la vez remolcando (con una soguita que mordía trabajosamente) a sus compañeros, quienes navegaban detrás en una especie de balsa improvisada con una puerta.

-¡Socorrooooo! - gritaba el nadador y cada vez que gritaba no le quedaba más remedio que soltar la soga, hecho que provocaba los gritos de los que venían en la puerta flotante y el esfuerzo sobrehumano del remolcador para volver a atrapar rápidamente la balsa antes que se la lleve la correntada de la avenida Córdoba.

- Señor Marino, un náufrago. Arrójele un chaleco salvavidas. -Ordenó la señora Mamá Juniors a su Secretario de Obras Públicas.

- Disculpe señora, pero no tenemos chaleco salvavidas.

- ¡Cómo que no tenemos! ¡Qué carajo estamos haciendo en esta embarcación si no tenemos elementos de salvataje! - La piragua se hamacó peligrosamente y el Señor Marino revoleó el remo a un lado y a otro para hacer equilibrio.

Mientras esta escena se desarrollaba a bordo de la piragua, un camión que acertó a pasar por la Avenida provocó una especie de tzunami estremecedor que se llevó a los náufragos de la farmacia contra la pared de una de las viviendas linderas de cuyos picaportes y rejas estaban ahora milagrosamente prendidos los desgraciados.

- ¡Señora, un camión del Santo de los camioneros, hizo desaparecer entre las olas a los pobres idóneos de la botica de la esquina! - Gritó el secretario Marino.

- ¿Se ahogaron? - preguntó la alcadesa mientras observaba como una cáscara de banana flotaba rodeada de palitos de yerba.

- No señora, están colgados de las rejas del Secretariado. ¿Qué hacemos?

- Lamentablemente los tendremos que abandonar a su suerte, qué el dios Neptuno los asista. Señor Marino vayamos ahora a toda máquina hacia los edificios de la calle Jannsen donde nos informan que el agua amenaza con colarse por los balcones del primer piso.

Haciendo oídos sordos a los gritos de los náufragos de la Farmacia Perín, Alcaldesa y Secretario salieron a remo limpio por la Avenida en dirección Oeste usando lo que parecía ser un corpiño de la señora como vela, prenda que enfocada a barlovento embolsó la brisa con gran estruendo e hizo que la piragua desapareciera a gran velocidad en la dirección anunciada.

- ¡Ojalá se le pinche el corpiño y se hundan antes de llegar al Colegio San José! - dijo uno de los empleados de la farmacia Perín mientras luchaba por mantenerse a flote.

La piragua era una mancha blanca que subía y bajaba por el oleaje de la Avenida Córdoba recibiendo los aplausos de los vecinos que subidos a los techos arrojaban besos al paso de la señora Pachamama y su secretario Marino con las velas al viento y los rostros enrojecidos por el esfuerzo.

La odisea de Alcaldesa y secretario (desgraciadamente) no pudo llegar con felicidad a puerto ya que la embarcación se clavó de trompa en la boca de tormenta que abre sus fauces frente a la empresa SAPEM, empresa cuyos empleados miraban atónitos (con el agua a la cintura) como la señora se hundía en las embravecidas aguas de la calle Mitre. El secretario Marino terminó colgado de un camión que se usa para repartir soda y la señora (felizmente) apenas rescatada por un inquilino del edificio de enfrente que le arrojó una cuerda hecha con sábanas desde del segundo piso.
 
- Lástima que no pudimos rescatarla antes tragó mucho agua. - dijo un enfermero mientras le presionaba la panza a la Intendenta que se encontraba recostada sobre un acoplado de la sodería.

- ¿Cómo está señora alcaldesa? ¿Se siente bien?

- ¡Diez puntos! - respondió Mamá Juniors al tiempo que escupía restos de una hoja de palmera.
 
Había dejado de llover y el torrente se escurría lentamente por las esquinas, la ciudad renacía húmeda y agradecida por la bendición del agua. Mientras tanto en la esquina de Córdoba y Mitre unos hombres de blanco, con movimientos rítmicos, procuraban extraer el exceso de agua de lluvia que se había alojado en el interior de la Dama de Hierro de la Suiza de las Pampas.
 
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Baruch Spinoza (1632-1677)
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