AÑO 18

NUMERO 61629

Novela

Año: 4

Número: 187

LA NOVELA DE MAMA JUNIORS. HOY: " LA EMBARRADA "

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Cuando los colaboradores de la Gran Señora de las Pampas llegaron al palacio blanco escucharon el ruido inconfundible que produce un chorro de agua al caer dentro de un fuentón de chapa y efectivamente eso era, ni más ni menos que el agua que exhalaba una manguera sostenida por las manos cuidadas del tesorero Titín, cayendo transparente y chispeante sobre los miembros inferiores de Alcaldesa. Con el asombro que indica la escena, su excelencia, el Subsecretario de la Producción Mauricio Caupi se quedó mirando el chorro paralizado bajo el marco de la puerta principal.

- ¿Qué mira, che, nunca se lavó las patas en una palangana? - lo increpó con delicadeza la Señora mientras Titín le apuntaba con la manguera a los tobillos.

- Señora, disculpe, si no es indiscreción, quisiera saber que le ha sucedido. -dijo el otro a voz de cuello, sacándose un pelito de la barba que parecía el mechón de un peludo.
- La verdad es que usted peca de indiscreto y de inútil, Señor Chuchi, pero igual se lo voy a decir, total ya lo sabe todo el pueblo. Fue en la inauguración de ese canal de mierda que está en el Sur y fuimos todos para chuparle la media al flaco Binner, en un momento de la ceremonia avanzamos para hacer no sé qué cosa y con el Senador Pirola nos enterramos en el barro hasta las rodillas delante de todos.

- ¿Perdón señora, usted cuando dice el flaco Binner se refiere al señor Gobernador? - preguntó espantado el Señor Caupi haciéndose la señal de cruz tratando de no pincharse con los bigotes.
- Si, el Gobernador, yo le digo "flaco" ¿Y qué..?

- ¿Y por qué le dice flaco?

- Porque es flaco, boludo.

La manguera seguía con su hilo de agua lavando los restos de barro de las pantorrillas de la Señora, mientras, a un costado del despacho, el Doctor Gabriel Chapatín señor y maestro, asesor, intendente sustituto y la mar en coche, agachado y con la ayuda de un cepillo de raíz zamarreaba lo que alguna vez fueran los zapatos de la Reina del Salado.

- ¡Lo que más bronca me da es que cuando me enterré en el barro el primero que me vio fue Fascendini! ¡Él vio cuando metía las patas en el barro, él vio cuando tuve que seguir caminando como si nada con los dedos llenos de mugre del canal! ¡Maldito Canal Sur, estoy repodrida de canales, cuando vamos a terminar de hacer zanjas en este pueblo de mierda! - La Señora se había puesto de pie para dar más énfasis a sus palabras y ese movimiento, con el fuentón lleno, produjo cierto desparramo de agua y barro en dirección al tesorero que largó la manguera para limpiarse los lentes y la ropa.

- ¡Momento señora, siéntese, que está haciendo un desastre! - dijo el tesorero tratando de encontrar la manguera- ¡Cierren la canilla! ¡Señor Schmitd, cierre la canilla que nos inundamos!

El reclamado Señor Schmitd se encontraba en el baño del despacho de la Alcaldesa controlando los equipos (manguera, canilla) con la enorme responsabilidad de que el agua fluyera normalmente desde la red de Aguas Santafecinas hasta el fuentón donde la señora tenía depositados sus pies embarrados, trabajo que le correspondía por su condición de Ingeniero, pero justo en el momento en que su presencia resultaba indispensable para cerrar el grifo, el hombre no estaba en su puesto, es decir, se encontraba en el baño, pero realizando otros oficios que le impedían cerrar la canilla.

- ¡Señor Schmidt cierre la manguera! - la urgencia se justificaba porque el recipiente se había llenado y no había florero que aguante el agua.- ¡Señora por favor, levante las patas, que está lleno el fuentón!

Mientras tanto otros miembros del gabinete corrían en dirección al baño para averiguar por qué el señor Schmidt no cerraba la canilla. Cuando llegaron se encontraron con la puerta entreabierta. Uno de los empleados de maestranza llamó al Señor Schmidt a media voz temiendo que hubiese ocurrido una desgracia, pero el encargado de la canilla, Schmidt el magnífico, el inventor del asfalto, desde el fondo de los sanitarios, con un hilo de voz respondió "ocupado".

- Señor Schmidt, lo siento mucho pero debo invadir su privacidad, para cerrar la canilla.

- ¡No haga eso porque lo echo! - amenazó el Sr. Schmitdt con la voz forzada.

- Bueno, entonces levántese usted y cierre, tenga en cuenta que se está mojando todo el despacho de la señora Ana María.

- No puedo levantarme ahora. Momento que ya termino. - dijo el señor Schmidt desde adentro.

Los edecanes de Mamá Juniors esperaron con nerviosismo que el Secretario de Obras Públicas terminara con sus tareas de evacuación, aguantaron los gritos que venían de las oficinas de la señora suplicando el cierre del paso del agua y finalmente lograron su objetivo penetrando en el baño y cerrando la canilla. El señor Schmitd, acomodándose el cinto, emergió triunfal del sanitario dejando como recuerdo de su aventura una baranda bastante original que los valientes empleados soportaron sujetándose la nariz con dos dedos.

- Hay que creer que el tipo es inteligente, mirá lo que hizo mientras estaba sentado en el excusado.... -se asombraba uno de los funcionarios Meiners señalando un cartel que llevaba Schmitd

- ¿Qué dice el cartel señor Marino, si no es mucho preguntar?

- ¡Ah, el cartel! -se sorprendió el Secretario.

- Si, señor, el cartel que hizo mientras controlaba la canilla.

- Bueno, es un cartel de advertencia para colocar a un costado del asfalto en frío que inauguramos en la calle Belgrano cruzando la vía del ferrocarril... - respondió orgulloso el funcionario.

- Para el asfalto en frío y que dice...

- "Prohibido caminar con tacos". - dijo Schmidt mostrando un coqueto cartel blanco con letras verdes.

En el despacho de Mamá Juniors, mientras tanto, los funcionarios que ofician de asesores, amanuenses, apoderados y manos derechas, con la Alcaldesa inclusive, se encontraban parados sobre el escritorio mirando como el agua chorreaba por los balcones. Más abajo, la gente que pasaba por la vereda, miraba hacia arriba con marcada incertidumbre, algunos de los viejos ciudadanos que ocasionalmente transitaban por el lugar observaban los chorros con el oscuro pensamiento de que la ciudad está, efectivamente, meada por los perros.

- No solamente por los perros... - pensó en voz alta un vendedor de morrones que pasaba por el lugar.
 
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