AÑO 18

NUMERO 61629

Novela

Año: 3

Número: 169

¡LA NOVELA ES UN FUEGO! ¡MAMÁ JUNIORS Y ORTIZ DE LA GUINDA PIDEN SEGURIDAD! (y se la dan...)

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El gran salón de los grandes hurgueteos estaba colmado. El comité de seguridad de la Suiza de las Pampas se reunía con todos sus miembros para tratar diversos temas que inquietaban a los contribuyentes. Temas urticantes, peliagudos. El distinguido comité había desechado por insignificantes, asuntos tales como el misterio los pájaros "cagadores" y el oscuro entripado del autorriego en el anárquico Barrio Unido, para dedicarse de lleno a la solución del enigma de los últimos robos ocurridos en la ciudad gringa.

En cuanto a los integrantes del comité, sabido es que existe un mundo cajetilla de la más diversa especie en la cabecera del Departamento Las Colonias, hombres nobles, de sangre azul y con antepasados en el cantón suizo de Valais (pudientes) que tienen la voluntad de proveer (proveerse) a la seguridad ciudadana y a la suya propia.
-¡Y para eso no ven mejor cosa que venir a destituir al comisario! –dijo revoleando la gorra, justamente el comisario, un varón solemne, con dientes poderosos, recién llegado y con jurisdicción en la Suiza de las Pampas-
-La cosa se ha puesto insegura mi comisario, los habitantes de nuestra comarca que han sabido hacerse de una diferencia, pretenden ponerse a salvo de los afanos ... –apuntó el Doctor Gabriel Chapatín abogado y asesor del reino desde su silla - y si hay que rajar al comisario para continuar acumulando kanacas habrá que hacerlo.
-¡Con decirle que se han afanado hasta un avión! –saltó uno que detenta un cargo vitalicio en un sindicato y tiene una quinta con pileta donde va la gente a ahogarse cuando no hay nadie-
-¡Y hasta achacaron un auto mellizo y ensuciaron el buen nombre y honor del empresario cigarrero Ortiz de la Guinda! –agregó otro energúmeno que se rasca en una radio FM más trucha que moneda de goma-
-¡Y todo eso se arregla haciendo saltar al comisario! ¡Ajajaja, qué fácil! ¡No me hagan reír señores! – dijo el Comisario, medio verde de bronca- ¿Para eso nos hemos reunido esta noche? ¡Por favor señores propuestas concretas!
- ¡Qué lo rajen al taquero! –pegó el grito desde el fondo el nombrado Ortiz de la Guinda mientras miraba para todos lados- ¡Qué más concreto que eso!
- ¡Cabo, sáquele al que gritó la custodia que le pusimos en el domicilio! – ordenó el comisario.

La reunión que aquella noche tenía la humilde finalidad de arribar a alguna conclusión, no avanzaba. Todos los presentes, entre los que había prósperos comerciantes, destacados industriales y hasta algunos notables asesores políticos de variado pelaje, parecía dirigirse sin escalas al fracaso. Todos parecían resignados a perder lastimosamente el tiempo. Los soplidos de fastidio se estaban haciendo sentir hasta que, sorpresivamente, se adelantó el maestro Medardo Fontanetto.
-¡Hermanos esperancinos! ¡Hermanos de leche! –dijo el filósofo Fontanetto especialista en todo tipo de cosas prescindibles- ¡Yo no le tengo miedo a los rateros, no tengo nada que se puedan llevar de mi cuchitril, he llegado a esta altura de mi vida con la sana experiencia de que necesito poco y de lo poco que necesito, también necesito poco.
- ¡Ese será su caso Fontanetto! ¡Pero acá hay gente que piensa todo lo contrario! –saltó un tendero que terminaba de escriturar media manzana frente a la plaza.- ¡Camaradas! ¡No puede ser que unos negros de mierda salten por la banderola y nos revuelvan los calzoncillos sin que hagamos nada!
- ¿Y el avión? ¿Qué me dice del avión? – preguntó un piloto de planeadores desde un rincón.
- ¡Y dale con el avión! – susurró el comisario.
- ¡Qué me importa el avión! ¡A mí lo único que me importa es que no me afanen a mí!

Así estaban las cosas cuando de pronto y sin avisar hizo su entrada a la sala blanca la alcaldesa Mamá Juniors. ¡Oh! Exclamaron los presentes. Automáticamente todo el mundo se inclinó ante la Gran Dama, el Doctor Gabriel Chapatín puso rodilla en tierra y algunos hasta le besaron la mano. La señora vestía un buzo antiflama, guantes de amianto y casco tipo taza de noche con barbijo de cuero a lo Fangio. La primera dama miró a todos los presentes con cierta arrogancia y enseguida enfiló hacia su puesto en la cabecera.
- ¿Quién le aconsejó a la señora que usara traje de amianto? – preguntó el Comisario a una mujer policía morocha y morruda.
- Medardo Fontanetto, señor. Fue por los últimos acontecimientos. El especialista en seguridad teme por la incineración de la Intendenta.
- ¿Tienen miedo que se queme?

Mamá Juniors, la Dama Rubia del Salado, como buena ama de leche que regula el líquido blanco que surge de la teta del Estado, se acomodó con alguna dificultad en la punta de la mesa ya que el brillantísimo traje, a decir verdad, parecía dos números más chico, se estiró la dama lo más que pudo haciendo chirriar los cierres y costuras y a continuación intentó sacarse el casco tipo ensaladera.
- ¡No señora! ¡Por favor no se lo saque! – gritó de pronto Fontanetto adelantándose con las manos hacia delante- ¡No sea imprudente! – Toda la anatomía del especialista Medardo Fontanetto cubría a la señora como si fuera inminente un atentado.
- ¿Qué dice Fontanetto? – dijo con un hilo de voz la alcaldesa desde atrás del corpulento técnico en seguridad.

Medardo Fontanetto estaba sacado y no alcanzó a contestar, con los ojos fuera de las órbita como una especie de pata de plomo yanki y producto del excesivo celo puesto de manifiesto para resguardar a la señora, realizó un estrafalario giro con los brazos abiertos y se desplomó sobre la Intendenta que, pobrecita, no pudo zafar del aplastamiento.
Todo lo que sucedió después es de rutina. Llamaron al 107 y entre todos sacaron al morrudo Fontanetto haciéndolo rodar con cuidado. Los gritos de la señora alcaldesa eran desgarradores.
- Se dieron cuenta –dijo Ortiz de la Guinda- mientras hacía fuerza con cuatro más para levantar a Fontanetto- tanta seguridad, tanta seguridad y a la final las cosas te pasan delante de las narices.
- ¿Cómo el avión? – preguntó el piloto de ultraliviano.
- Como el avión –dijo Ortiz de la Guinda.

La reunión hubo de suspenderse hasta nuevo aviso. La noche sugería con sus tufos exagerados que la lluvia no tardaría en llegar. Una bomba de estruendo tardía se empeñaba en asustar a los pájaros cagadores mientras unos pocos parroquianos disfrutaban de una cerveza en las mesas de la legendaria confitería de San Martín y Castellanos.
 
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