AÑO 18

NUMERO 61629

Novela

Año: 3

Número: 166

¡SIGUE LA NOVELA! ¡CAPÍTULO IMPERDIBLE PARA EL FIN DE SEMANA!

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El gran salón de las decisiones perentorias estaba tranquilo. Los enormes ventanales que dan al Norte recibían la brisa suave que llegaba desde la arboleda de la plaza y el silencio reinante solo se quebraba por uno que otro estruendo provocado por las bombas que procuraban desalojar a los inquietantes "pájaros cagadores" que hacían la vida imposible a los peregrinos que osaban instalarse en los bancos del paseo. La señora Alcaldesa se encontraba en un rincón del amplio despacho, trepada a una balanza desde la cual controlaba el peso de su anatomía en el día de la fecha. Su excelencia había dejado las ojotas a un costado y mientras observaba los tenebrosos guarismos que acusaba el visor de la báscula, maniobraba con una pequeña radio desde la que llegaban los alegres compases de "El bombón asesino" interpretado por el díscolo conjunto santafesino "Los palmeras".
- Señora, es conveniente que deje a un costado el aparato de radio, para que no interfiera con el peso exacto que realmente tiene. - dijo el médico municipal contratado por el renunciante Doctor Magliano antes de tomarse el piro.
- ¿Usted cree que esta pequeña radio sea la causa de los kilos demás que denuncia esta balanza?
- Uno nunca sabe lo pesada que puede ser una radio, señora. Depende donde la tenga sintonizada puede pesar de uno a mil kilos.

Escuchado lo que escuchó, la Jefa Mayor de Las Colonias arrojó la radio por la ventana y (cosa de mandinga) el indicador de la balanza se movió unos cuantos gramos hacia abajo, hecho que le arrancó una sonrisa, de inmediato y cuando todo esto sucedía se abrieron las puertas del Despacho para dar paso a dos edecanes que ingresaron portando una palangana con "salmuera", objeto que depositaron al costado de la balanza donde se encontraba la señora. La alcaldesa miró de "reojo" el recipiente y con sumo cuidado descendió de la balanza colocando un pie primero y luego otro en la cubeta quedando erguida son el agua hasta los tobillos.
- Estoy engordando.
- A usted le parece señora. - corrigió el tesorero Titín, que estaba jugando a la perinola sobre una cobija que había instalado sobre el escritorio donde se gestan las grandes decisiones.
- Desde que me eligieron estos gringos para Intendenta debo haber engordado como 10 kilos fácil. - dijo la alcaldesa haciendo puchero.
- No puede ser, yo la noto más delgada. - contestó el tesorero mientras la perinola acusaba "toma todo".
- Si el mes que viene sigo aumentando, renuncio... - amenazó la Dama Rubia sacudiendo los pies en la salmuera.

Se abrieron nuevamente las puertas dando entrada a dos edecanes que traían un toallón con los colores de Alma Juniors, los hombres arrancaron a paso de procesión hasta donde estaba parada la señora, dejaron la toalla en un perchero, tomaron a la señora por las axilas, esperaron unos segundos a que sacudiera los pies sosteniéndola unos segundos en el aire y de inmediato la sentaron en un sillón para proceder al secado de los miembros inferiores.
- ¡Extraordinario! - dijo el tesorero Titín observando la escena.
- Son los nuevos empleados.
- ¡Ah! Los nuevos empleados...
- Encargados de los "toallones y secado de pies" del Municipio -aclaró la señora.
- ¿Y el otro que trajo la palangana, por qué no se ocupó de traer la toalla? - quiso saber Titín el magnífico.
- No, el otro es el encargado de la "salmuera" y estos otros los que se ocupan del secado, son dos cosas distintas. - Dijo Su Graciosa Majestad mientras los susodichos especialistas, terminado su trabajo, doblaban sus adminículos y se retiraban por donde habían venido.
- Una pregunta, señora ... ¿Estos nuevos operarios fueron incorporados a la planta permanente? - preguntó el tesorero.
- No, son monotributistas.
 
Una vez que desaparecieron los monotributistas la Alcaldesa se dispuso a otorgar su primera audiencia ordenando se de paso de inmediato al primero en la lista. A continuación se abrió la puerta y un maestro de ceremonias haciendo sonar una corneta anunció a la Señorita Copes, edila vitalicia y demandante permanente de cuanto Intendente se le cruce en el camino. Hechos los saludos de práctica, besado que hubo la visitante el anillo de la señora e hincado su rodilla a sus pies, levantó la vista, peló un bibliorato y procedió a quejarse de la excesiva incorporación de ñoquis que se había producido de la asunción del nuevo régimen a la fecha.
- Usted no sabe cuánto la envidio, señorita Copes. - dijo de pronto Mamá Juniors con cierta emoción.
- ¿Por qué me envidia? Lo mío es solo trabajo, un poco de talento nomás y mucho trabajo, no me envidie, imíteme, haga lo que yo le digo y triunfará... - dijo con orgullo la concejala.
- Es usted tan flaquita...
- ¿Cómo dice?
- Usted parece adelgazar cada año, a usted la política le resta kilos, en cambio a mí... -se lamentó la señora Intendenta mirando con angustia la balanza.
- Vamos, no se va a poner triste por eso. -La señorita Copes conmovida no sabía como consolar a la alcaldesa.
- ¿Usted sería capaz de hacerme un favor, señorita Copes?
- Dígame.
- Mire, yo, esta mañana, antes de que usted llegara estuve usando la balanza y, tengo que confesarle que me asustó lo que vi ... Mis colaboradores dicen que no hay que confiar demasiado en estos instrumentos, que puede ser que sean mentirosos... -La gran señora, hablaba mirando con tristeza a su interlocutora.
- ¿Y que es lo que yo puedo hacer por usted...?
- Súbase a la balanza, así podré comprobar si es cierto que tiene una falla. Usted comprenda mi interés por develar ese misterio. Coquetería femenina, usted me entiende...
- Está bien, si eso la deja más tranquila ....

La concejala del Partido Demócrata se sacó los zapatos amarillos con taco de 10 centímetros y los aros de acero con incrustaciones al tono, lanzó una mirada desafiante a la balanza y lentamente trepó al aparato dando comienzo a la ceremonia de pesaje. Un silencio que se podía cortar con una hoja del presupuesto 2008 se produjo en el salón de los grandes tejemanejes. En esa atmósfera de expectante suspenso la ligera figura de la reina del Concejo se plantó ante el instrumento de precisión arrancando un grito de horror en todos los presentes.
- ¡Señorita Copes! - exclamó temblando la gran dama del Salado, la señora de todas las señoras, Mamá Juniors, la reina blanca.
- ¿Qué le pasa ahora? - preguntó la otra girando con elegancia su finísimo cuello.
- ¡La aguja de la balanza ni se movió!

Dicho esto la alcaldesa rompió en un llanto desconsolado que obligó al tesorero Titín a pensar de inmediato en una salida a tan incómoda situación. De inmediato echó mano a lo que tenía más cerca y mandó levantar con los edecanes a la señorita Copes, quién quedó con "las patitas en el aire" (con todo respeto), enseguida puso una campana del campanario sobre la balanza y mandó colocar nuevamente a la concejala en su lugar.
-Señora, lamento decirle que ha observado mal. Le ruego que se coloque sus anteojos.

Con los ojos llenos de lágrimas levantó la cabeza la señora y mansa como una palomita se calzó los anteojos para observar que ahora la señorita Copes acusaba en la balanza ni más ni menos que diez kilos ochocientos gramos. Respiró hondo y si bien no se tranquilizó totalmente se puede decir que se conformó bastante. De inmediato el médico presente le recetó 3 días de reposo y la llevaron a su domicilio.

Una vez que la Alcadesa se hubo retirado, el tesorero ordenó a sus ayudantes que retiraran a la señorita Copes de la balanza, cosa que hicieron de inmediato. Una vez que la edil estuvo en el suelo y con los zapatos puestos notaron que el aparato de pesaje insistía con los diez kilos ochocientos. "O la señorita Copes no pesa absolutamente nada o aquí ha ocurrido un milagro" dijo el tesorero mientras buscaba la perinola.
 
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José Bergamín (1895-1983)
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