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Novela

Año: 11

Número: 543

LA NOVELA MUNICIPAL: "FITO", "EL SAPO" Y EL CAMIÓN.

LA NOVELA MUNICIPAL:

Cuando los inspectores llegaron a la esquina de Sarmiento y 3 de Febrero el enorme camión de Transportes Santolaria ya había pasado a toda velocidad en dirección sur.  "Fito, Fito" había alcanzado a decir "elemento" Pilatti quién estaba a cargo del operativo.  "¿Qué pasa con ese camión?" quiso saber el dentista Bertone que apareció en la esquina con el torno en la mano derecha.  "Un problema doméstico doctor, nada del otro mundo, -dijo Pilatti- parece que a Santolaria no le gustó una nota del semanario "Edición Humo" y está dando vueltas a la manzana para ver si lo encuentra al "sapo" Muller". Cuando el inspector dijo esto el camión más grande de la empresa conducido por su responsable y propietario giraba en la esquina de Sarmiento y la Avenida Córdoba.

- Oiga, señor Sapo, usted no puede quedarse acá toda la mañana -le dijo la empleada de la tienda "El Siglo" al director de Edición Humo- me espanta los clientes.

El "sapo" estaba escondido detrás de un perchero del local de venta de ropa vecino a la redacción. No pensaba quedarse mucho tiempo en el lugar. Ni bien tuviese la oportunidad saldría a la calle y se perdería por un tiempo. Por lo menos hasta que se le pase la bronca a Santolaria. Había sacado una foto de "Fito" en technicolor que ocupaba toda la tapa del semanario con un título enorme que decía que al transportista lo estaban investigando por chorro.

El camión volvió a pasar a todo lo que da por la calle Sarmiento y esta vez con dos ruedas sobre la vereda. La cara de Santolaria estaba desencajada, los ojos fuera de las órbitas y los dientes apretados en una sonrisa mefistofélica. El vehículo pasó la esquina de Sarmiento y 25 de Mayo, se movió peligrosamente en uno de los badenes de la plaza y giró a la derecha en la Avenida Córdoba. Cuando el "sapo" se aseguró que había desaparecido se dispuso a salir. Salió de su escondite con un sombrero de madrina en la cabeza que la chica de la tienda le había prestado "con tal que se vaya". Muller agradeció sin dejar de mirar para todos lados. Algo lo demoró porque uno de los empleados del semanario que comandaba le preguntó si lo reventaban a un fulano que se hacía el vivo con la factura de publicidad. Esos minutos que perdió fueron preciosos porque cuando bajó los escalanes de la galería y pisó la vereda el camión de Santolaria apareció por la esquina escoltado por cinco inspectores que corrían desesperados tocando pito.

- "Fito", "Fito"... -le gritaban y tocaban pito.

Hicieron un cordón a mitad de camino en la calle Sarmiento pero cuando Santolaria vio que el "Sapo" corría por la vereda aceleró y los municipales se apartaron. El camión rugía pisándole los talones a Muller que apenas pudo cruzar la esquina y corría mirando desesperado donde podría meterse. Las puertas de las tiendas que podrían servir como refugio estaban cerradas herméticamente. El camión iba mordiendo el cordón a pocos metros de su objetivo. El estruendo de la bocina y el humo le metían adrenalina a la situación. Unos curiosos reunidos en una esquina de la plaza apostaban a que en cualquier momento lo aplastaba.

- Fito, no se puede circular con camiones por la plaza... -gritó rojo de furia y de cansancio "elemento" Pilatti que ya había dado dos vueltas a la par del vehículo y tenía la lengua afuera.

En la calle Sarmiento a mitad de camino entre 25 de Mayo y la Avenida el ruido era insoportable. Muller tenía la rueda pisándole la chancleta diría después una señora con una bolsita llena de zanahorias. ¿Qué fue lo que salvó al periodista de ser aplastado por el chasis de "Transportes Santolaria"? Lo salvó que la puerta de la relojería Garibaldi estaba abierta. Cuando el camión de Santolaria derrapaba en la vereda, el sapo,  vio la opotunidad y la aprovechó. Se tiró practicamente "cuerpo a tierra" resbalando por el piso hasta los anaqueles llenos de relojes. El camión pasó por la vereda como un tanque de guerra. El rostro de Santolaria demostraba una misteriosa satisfacción. Sonreía prendido del volante. Se diría que el camión echó todo el humo que le quedaba, hizo todo el bochinche que podía y desapareció con los inspectores a la cola.

- ¿Qué hace Muller, necesita algo? -preguntó Garibaldi.
- Nada por ahora -contestó el otro desde el piso.